sábado, 24 de diciembre de 2011

“Y puso su Morada entre nosotros”

Cada año gran parte de la humanidad celebra el acontecimiento que ha dividido la historia en antes y después, el nacimiento del Mesías prometido. Para muchos representa una excelente ocasión para celebrar encuentros familiares, para otros días de fiestas, regalos y compras, pero para los verdaderos cristianos esta fiesta significa mucho más que eso.

Los signos nos ayudan a entender realidades, por eso como fieles hijos de Dios nuestra vivencia de la navidad debe ser signo de encuentro íntimo con el pequeño Jesús, con actitudes claras que manifiesten nuestro agradecimiento a Dios por su inmenso acto amor al haberse hecho uno de nosotros.

Ante la caída del hombre, al perder el paraíso prometido, Dios no se queda indiferente sino que de manera inmediata promete la liberación de las cadenas que nos atan al pecado, enviando a su propio Hijo para nuestra redención.

Cuando observamos las realidades de nuestra sociedad, donde las manifestaciones del mal parecen multiplicarse, y nos damos cuenta de las atrocidades cometidas por nosotros mismos o por otras personas, solemos emitir juicios y decir “el mundo está perdido”, “esa persona no merece el perdón de Dios”,  y así vamos sentenciando a quienes según nuestro parecer merecen nuestro mayor desprecio.

Pero sin ir muy lejos, también suele ocurrir que cuando hacemos un verdadero examen de conciencia, y nos damos cuenta de lo débiles, pecadores y miserables que hemos sido, podríamos caer en la tentación de pensar que no  hay salvación posible para nosotros.

Ante estas realidades el evangelio, como antorcha fulgurante nos llena de esperanza: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Juan 1,14). Dios ha venido a entregar su vida por toda la humanidad, no sólo por aquellos que catalogamos como buenos, sino por todos nosotros sin distinción alguna. Con su encarnación Jesús siendo Dios, se hace uno más de nosotros, “pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4,15).

Jesús es la Misericordia encarnada, que ha querido vivir y padecer como cualquiera de nosotros, para demostrarnos que es “el Emmanuel, el Dios con nosotros”, el Dios que comprende nuestra debilidad y fragilidad, y quiere tomarnos bajo su amparo para librarnos de la miseria y de la muerte y darnos la “vida, y vida en abundancia” (Juan 10,10).

Que esta navidad sea ocasión para permitir a María Madre de Misericordia, que en unión a San José, disponga nuestros corazones para que el Pequeño Jesús, haga morada en nosotros. ¡Feliz Navidad!

“Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad”
@enticonfio2012

jueves, 22 de diciembre de 2011

PREPARANDO LA NAVIDAD…

Nos encontramos a las puertas de la celebración de la navidad, época que muchos catalogan como la más hermosa del año.  Es común ver las casas especialmente arregladas, los centros comerciales y las jugueterías llenas de personas que desean expresar su afecto a sus seres queridos a través de algún regalo, y por supuesto la búsqueda de la ropa para vestirnos especialmente para estas fiestas.

En medio de este “corre corre” podríamos caer en la tentación de quedarnos en lo externo y descuidar lo que es realmente importante. El adviento es un tiempo propicio para disponer nuestros corazones a fin de que la navidad sea la gran celebración de la llegada al mundo del Redentor.

Ante la caída del hombre en el pecado y la pérdida del paraíso, Dios nos promete que enviar al Mesías para que nos rescate de la muerte y el pecado y nos abra las puertas a la Vida Eterna.  Esa promesa comienza a cumplirse cuando una Virgen humilde acoge en su seno al Hijo de Dios, la Misericordia se hace carne y viene a habitar en medio de nosotros.

Ante la proximidad del nacimiento de Jesús, seguramente María y José prepararon lo necesario desde el punto de vista material para recibir al pequeño Rey.  Casi podemos verles buscando las ropitas que vestiría el Hijo de Dios, e inclusive disponiendo de la mejor manera posible aquella humilde gruta de Belén para recibir al Rey de reyes. Sin embargo la mayor y más grande preparación sin lugar a dudas fue la íntima unión con Dios, sin descuidar lo externo, María y José vivieron sumergidos en la presencia del Dios encarnado cuyo nacimiento ya era inminente.

Ante la proximidad de la fiesta del nacimiento de Jesús es importante que también nosotros sin descuidar lo externo, centremos nuestra atención en disponer nuestros corazones para que también en ellos Jesús consiga una morada donde recostarse y recibir la correspondencia de nuestro amor, a su encarnación por amor a nosotros.

Si en realidad deseamos brindar felicidad a nuestros seres queridos, no basta con ofrecer un gesto material, pues no hay mayor riqueza que poder llevar a los demás la dulce y delicada presencia de Jesús que habita en nuestros corazones.  Si disponemos todo nuestro ser para que Él nazca en nosotros, entonces seremos capaces de amar como Él nos ama, y así poder brindar el mayor de todos los bienes a nuestros hermanos, el amor mismo de Dios que es capaza de manifestarse a través de nosotros.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!

jueves, 17 de noviembre de 2011

Bienvenida a la Reliquia de Santa Faustina

La devoción de la Divina Misericordia, sin lugar a dudas ha producido un despertar espiritual cargado de esperanza y confianza en el amor misericordioso de nuestro Padre Celestial.

Sirva la presente para invitarles al recibimiento de la Reliquia de Sor Faustina, acto que se celebrará en el templo de Ntra. Sra. de la Consolación en la Av. Bella Vista, con una Santa Eucaristía el próximo martes 22 de noviembre, a las 6 de la tarde, presidida por Mons. Ubaldo Santana Sequera.

El 30 de abril de 2000, el hoy Beato Juan Pablo II canonizó a Sor Faustina e instituyó en el calendario de la Iglesia católica la Fiesta de la Divina Misericordia el segundo domingo de pascua según lo había pedido el mismo Jesús a esta humilde religiosa polaca.

Santa María Faustina Kowalska fue la elegida por el Señor de la Misericordia para hacer llegar al mundo entero un mensaje que va dirigido a todos los hombres y mujeres sin excepción alguna, invitándonos a descubrir y vivir ese rostro Misericordioso del Padre que no desea la condenación de ninguno sino la salivación de todos.

En Maracaibo tenemos 14 años celebrando esta festividad, y es por esto que nuestro Padre y Pastor, Mons. Ubaldo Santana decretó el pasado 01 de mayo el Año de la Misericordia en la Arquidiócesis de Maracaibo, como un camino de preparación para la gran celebración de los 15 años.  Desde esa fecha comenzó el peregrinar de la imagen de Jesús de la Misericordia por todas las parroquias de nuestra Arquidiócesis.

La Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, con sede en Polonia y  donde se encuentra el Santuario de la Divina Misericordia, tras haber recibido la petición oficial de la Fundación “María camino a Jesús”, con el respaldo del Obispo Auxiliar de Maracaibo, el Excmo. Mons. Oswaldo Azuaje, concedió una reliquia de 1er orden de Santa Faustina, la Secretaria de la Misericordia. La primera de Venezuela.

Jesús dijo a Sor Faustina: “te he escogido para que seas la secretaria de mi misericordia, en esta vida y en la otra”.  Aprovechemos la ocasión para rogar a Dios por la intercesión de tan insigne Santa, que nos conceda las gracias que estamos necesitando y sobre todo la de poder vivir toda nuestra vida bajo los rayos de su Gracia y Amor.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

lunes, 31 de octubre de 2011

Y entonces… ¿quién se podrá salvar?


Quién no ha escuchado la frase “la esperanza es lo último que se pierde”, y es que la gran mayoría de nosotros de una manera o de otra tenemos profundamente arraigada la convicción de que después de cualquier situación difícil y dolorosa, vendrá algo mejor.

Para todos los bautizados esta esperanza tiene una connotación muy particular, y es que nuestra confianza va mucho más allá de los límites comunes, pues la misma está puesta en Dios.   Para el cristiano es una virtud que está íntimamente relacionada con la fe, a través de la cual tenemos la certeza de que auxiliados por la Gracia de Dios y su Misericordia podremos afrontar las dificultades de esta vida, y salir victoriosos de las mismas. Pero también y sobre todo, significa que a pesar de nuestra condición pecadora y nuestra debilidad, Dios nos brindará su auxilio para un día poder alcanzar la Vida Eterna en su presencia.

El mensaje de la Divina Misericordia entregado por Jesús a Santa Faustina está íntimamente vinculado a la vivencia de esta virtud. Durante la Consagración  del Santuario de la Misericordia Divina en Polonia, el Beato Juan Pablo II dijo “fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre”.

En nuestro entorno podemos conseguirnos con muchos hermanos que heridos y derrotados por el peso de sus errores, sienten que no hay posibilidad de perdón para ellos. De igual forma los apóstoles de Jesús en una ocasión confundidos y temerosos ante la posibilidad de alcanzar la salvación  le preguntaron  “y ¿quién se podrá salvar?” (Marcos 10,26), a lo que el Señor lleno de amor y misericordia les contestó “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios” (Marcos 10,27).

Jesús nos muestra al “Padre misericordioso y Dios de toda consolación” (2 Col 1,3), que no desea la condenación eterna de sus hijos, sino su salvación.  El mensaje de la Misericordia Divina va dirigido a todos los hombres y mujeres sin distinción alguna, Jesús quiere que sepamos que aunque nuestros pecados “sean como la grana, cual la nieve blanquearán” (Isaías 1,18) pues su misericordia y compasión son mayores que nuestros errores.

“Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e incertidumbre, pero al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de esperanza” Juan Pablo II.

Santa Faustina escribió sobre la misericordia de Dios de esta forma: “Oh sumo atributo de Dios omnipotente, tú eres la dulce esperanza de los pecadores” (Diario 951). Abramos pues nuestros corazones a esta “dulce esperanza” y pongamos toda nuestra confianza en Él, para repetir incesantemente “Jesús, en ti confío”.

¡Vive Su misericordia, construyamos fraternidad”
@enticonfio2012

jueves, 27 de octubre de 2011

EL DON DE LA FE


En el artículo anterior mencionamos que la fe implica el fiarse  de Dios, y al contemplar las muchas corrientes que ofrecen de manera cada vez más diversa en qué creer, y analizar la respuesta de la gente ante esas nuevas ofertas, es fácil deducir que existe una gran necesidad de creer en Él. Pero ¿Cómo podemos saber que aquello que me ofrecen como Dios es cierto y digno de confianza?

La respuesta a estas pregunta es extensa, pero gracias al “Depositum fidei” (Depósito de la fe, confiado a la Iglesia por el mismo Jesús) sabemos  que Dios se nos ha revelado a los hombres desde el principio de la creación, en un primer momento a través del orden natural de las cosas y en un segundo momento a través de los profetas, llegando a revelarse plenamente en Jesús.

A través de la historia Dios fue confirmando las palabras reveladas a los profetas con las acciones personales e históricas que fue experimentando su pueblo; por ello aunque no todo el pueblo podía ver y hablar con Dios directamente, creía en Él pues experimentó la grandeza de su misericordia a través de los profetas.

 La plenitud de esta revelación ocurre con la encarnación del Verbo, es decir de Jesús. Es él quien nos muestra de manera más perfecta lo que hasta el momento había sido revelado, y con su palabra y acción nos demuestra que es el Hijo de Dios que vino a liberarnos de la esclavitud y de la muerte, para darnos vida en abundancia (Juan 10,10).

En consecuencia la fe es la respuesta del hombre ante la revelación que Dios ha hecho de sí mismo, es decir, el hombre decide de manera consciente y voluntaria creer en Dios y en la  Palabra que Él ha revelado.

El Depositum fidei es “el patrimonio de fe que, confiado a la Iglesia, exige ser transmitido por ella fielmente y explicado sin errores. A este depósito de la fe pertenece la Palabra de Dios escrita, los dogmas, los sacramentos, la moral y el ordenamiento jerárquico constitutivo de la Iglesia. Este comprenderse la totalidad de las riquezas y de los bienes de la salvación, entregados a la Iglesia, y que ella comunica a los creyentes, actualizando sus contenidos con admirable prudencia, a fin de hacer inteligible, creíble y fecundo el patrimonio inmutable de verdad, saliendo al mismo tiempo al encuentro de las exigencias y de los interrogantes de los hombres y de los tiempos” (Constitución Apostólica Fidei Depositum).

Así los creyentes podemos tener la certeza de cuál es la verdad revelada, agradezcamos al Señor el maravilloso don de la Iglesia, obra de su Misericordia que nace precisamente de su costado en la Cruz cuando brotaron la Sangre y el Agua.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

lunes, 17 de octubre de 2011

“POR MIS OBRAS, TE MOSTRARÉ MI FE”

En la cotidianidad es común encontrarnos con actos de fe, no sólo desde el punto de vista religioso, sino desde las relaciones interpersonales.

Tener fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando que es honesto y por lo tanto que su palabra es veraz. La fe es también la confianza que tenemos en alguien o algo, a la cual llegamos después de haber evaluado si ese alguien o algo son dignos de fiar.   Quién de nosotros no ha escuchado a una abuelita decir que le tiene fe a este o aquel medicamento, porque en un momento éste le alivió alguna dolencia. Seguramente todos hemos escuchado expresiones de este tipo, y es que en nuestra vida vamos acumulando experiencias y conocimientos que nos ayudan a formar un sistema de creencias que nos permitan dar pasos sobre supuestas seguridades que nos garanticen estabilidad.

También en el ámbito religioso, solemos escuchar con frecuencia a personas decir que tienen fe en Dios, incluso nosotros mismos si somos lo interrogados al respecto, podríamos responder con cierta ligereza que sí. Pero cuando analizamos nuestra manera de vivir, podríamos cuestionar hasta qué punto realmente creemos en Él.

En una ocasión una enferma le pidió a una mística que orara para que Dios la curase, a lo que ésta le preguntó: ¿tú crees que Jesús puede curarte?, y sin dudar respondió inmediatamente: “Sí”. Comenzaron a orar y por gracia de Dios, sus dolores desaparecieron, quedando totalmente curada, pero paradójicamente la primera expresión de la enferma fue: “no lo puedo creer”.

Y es que la fe no constituye para nada un acto irracional o meramente emocional, la fe en Dios constituye  a la vez un compromiso de vida, no basta con decir que creemos que Él existe, pues bien lo dijo el apóstol Santiago “también los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2,19).

Fiarnos de Dios implica creer y aceptar su palabra como verdadera, y  en consecuencia actuar de acuerdo a ésta. Santa María Faustina confió plenamente en Dios, al punto de escribir en su diario: “aunque me mates, nunca dejaré de confiar en ti”.  La fe es un don, porque nos ha sido dada gratuitamente, pero el abrazarla constituye un acto de la voluntad que sólo es posible lograr auxiliados por la Gracia Divina.

Si vivimos nuestra fe de manera auténtica, entonces esta deberá producir buenos frutos, pues “así como el cuerpo sin espíritu  está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2,26)

Roguemos al Señor de la Misericordia que aumente nuestra fe, y que día a día podamos repetir con convicción: Jesús, en ti confío.

¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad!

sábado, 8 de octubre de 2011

CREADOS PARA AMAR

Los seres humanos hemos sido creados por Dios para amar, en ello está nuestra felicidad, pero desafortunadamente muchos pasan por la vida sin sentirse amados y sin saber amar, perdiendo así el sentido real de sus vidas.

Siempre me han llamado la atención las esponjas, que al sumergirse en el agua, dejándose llenar de ella, son transformadas y llenas de sentido, llegando a un momento en que no pueden retenerla más en sí mismas y de manera natural comienzan a desbordar y propagar esa agua que es símbolo de vida. Pero que si por el contrario se alejan de la fuente de agua, poco a poco van secándose, endureciéndose y quedando vacías, sin tener nada esencial que ofrecer.

El agua representa el amor de Dios, que llena y transforma nuestras almas (representadas por las esponjas) trayendo esto como consecuencia el testimonio de una vida coherente en el pensar, decir y obrar según la voluntad de Dios; este testimonio de vida será la prueba irrefutable de nuestra auténtica unión con Él, no por el hecho de que los demás puedan vernos, sino porque esa manera de vivir será para nosotros una consecuencia natural.

En medio de una sociedad donde el amor ha sido deformado, los cristianos estamos llamados a ser testimonios del verdadero amor, pero esto sólo podremos hacerlo si nos descubrimos y sentimos amados por Dios. De lo contrario seguiremos repitiendo patrones sociales que parecieran ser amor, pero no lo son.

Vivir ésta intimidad de amor con Dios de una forma auténtica, nos llevará a profundizar un proceso interior de conversión que restaurará en nosotros la imagen y semejanza según la que fuimos creados y a la que estamos llamados a seguir siendo, imagen de Dios.

En una ocasión le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta su parecer sobre el hecho de que había personas que decían que ella era una santa, a lo que inmediatamente y con suma sencillez ella respondió diciendo “eso no es nada extraordinario, pues todos estamos llamados a ser santos”.   Muchas veces pensamos en los santos como personas que no son humanas y que viven flotando en una nube unidas a Dios ó haciendo milagros, pero la verdad es que el santo es aquel que sencillamente  sabe amar.

Jesús nos hace una invitación universal: “sed santos, como vuestro Padre del cielo” (Mateo 5,48), éste llamado no es exclusivamente para sacerdotes o religiosas, sino para todos los bautizados. Efectivamente esto no podemos lograrlo por nuestras fuerzas, sino con la ayuda y auxilio de Aquel  que es Santo. Nuevamente dirijamos nuestra mirada al Padre de Misericordia y clamemos con fe “EN TI CONFÍO”.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

EQUIPO ARQUIDIOCESANO DE ANIMACIÓN PASTORAL.

sábado, 1 de octubre de 2011

LA LIBERTAD DEL AMOR

El anhelo de ser felices se encuentra presente en cada persona sin importar su condición social, cultural o religiosa, y ante la falta de referencias cercanas sobre lo que esto significa, muchos buscamos la felicidad en bienes materiales, placeres, poder, diversión, y un sinnúmero de cosas que “parecen felicidad”.
Sin embargo son muchos los que recurriendo a lo que piensan que puede ser la felicidad, una vez obteniendo lo deseado se dan cuenta de que aún hay algo que no termina de llenar sus expectativas y por lo tanto no se sienten felices.
La felicidad está íntimamente relacionada con el poder experimentar el verdadero amor que te lleva a la libertad interior; San Agustín experimentando la autenticidad del amor de Dios exclamó: “Ama, y haz lo que quieras”. Y es que los frutos del amor son claros, bien lo dijo Jesús en el evangelio “un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un árbol malo no puede dar frutos buenos”(Mateo 7;17).
San Pablo nos ilumina sobre las características del amor: “El amor es paciente y bondadoso; el amor no tiene envidia, orgullo ni arrogancia. No es grosero ni egoísta, no se irrita ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” 1Corintios 13, 4-7. Para poder amar, necesitamos experimentar el verdadero amor, entendiendo que no todo a lo que hoy en día le decimos amor, realmente lo es.
Si tenemos la fortuna de experimentar ese Amor Misericordioso del Padre, a través de su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo, como consecuencia viviremos felices a pesar de las adversidades y el sufrimiento, pues “¿quién podrá separarnos del amor de Dios?”(Romanos 8,35). Ante esta unión íntima que llena el alma, somos transformados en la medida que aceptamos la voluntad de Dios, y sin hacer nada mas extraordinario que vivir el amor, nos vamos haciendo imágenes vivas de Dios, pues un fruto natural e inevitable de esa unión es la santidad.
Todos estamos llamados a vivir la santidad, y la Iglesia como madre nos presenta la vida de hombres y mujeres que como nosotros fueron débiles y  pecadores, pero que abrieron su corazón a Dios y decidieron vivir la alegría de la comunión íntima con Él.
Si nuestras vidas son transformadas por el amor, también lo serán nuestra familia, nuestra sociedad y el mundo entero. ¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012            

domingo, 11 de septiembre de 2011

“HAGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”

Al meditar sobre la Misericordia de Dios, no podemos pasar por alto la grandeza de su amor demostrado a la humanidad en la figura de la Virgen María. Ella misma exclama en el magníficat “…  su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen…” (Lucas 1, 50). Y es que el sólo hecho de haber sido elegida para ser la Madre del Redentor nos hace entender que la Gracia y la Misericordia no tuvieron límites en su persona.

María descubrió en lo profundo de su intimidad con Dios que el camino de la felicidad se encuentra en la perfecta sumisión de la voluntad humana a la de Dios, aunque ésta pueda resultar en muchos momentos difícil y llevarnos a atravesar grandes pruebas. De esa perfecta unión de su ser con Dios hemos sido todos beneficiados, pues Ella es la puerta por la que volvió la Gracia al mundo.

María animaba a la primera comunidad cristiana “perseverando en la oración” (Hechos 1,14) cumpliendo con la misión encomendada por Jesús al pie de la Cruz, a través de la cual le fuimos confiados como a hijos.  Podemos aseverar sin temor a equivocarnos que el rol materno de María es palpable a través de la historia de las naciones y pueblos, pues en todos ellos encontramos a una iglesia que peregrina hacia la patria celestial de la mano de tan Buena Madre.

Nuestra patria ha sido especialmente bendecida por la Misericordia de Dios, cuando en el año 1652  envió a la Santísima Virgen a los indios Coromoto para anunciarles la buena nueva de la salvación.  En esta portentosa manifestación del amor de Dios, ella no sólo acompañó con paciencia y bondad al Cacique, sino que quiso quedarse con nosotros a través del testimonio físico de su presencia maternal para el pueblo Venezolano, pues en manos del Cacique, la noche del 8 de septiembre de ese mismo año, nos dejó lo que hoy conocemos como la Reliquia de la Virgen de Coromoto, hecho sólo comparable con el de la Virgen de Guadalupe.

En la pequeñez y sencillez de esa delicada imagen, María nos muestra la grandeza de su amor, pues en estudios recientes se ha determinado que existen elementos en ella que no pudieron ni pueden ser hechos por la mano del hombre, como la perfección de sus ojos que miden 2 micras de alto por 6 micras de ancho y se encuentran perfectamente dibujados, conteniendo en ellos todos los elementos de un ojo humano.  Agradezcamos a Dios por su inmensa Misericordia y roguemos por la intercesión de nuestra Madre, que aprendamos a ser generosos como ella, dispuestos a aceptar la voluntad de Dios,  para que en nuestra vida podamos también proclamar que “el Poderoso ha hecho obras grandes en mi” Lucas 1, 49.

“Virgen Santa de Coromoto patrona de Venezuela, renueva la fe en toda la extensión de nuestra patria”.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral

domingo, 4 de septiembre de 2011

SANANDO LAS HERIDAS...

En el proceso de sanación de las heridas interiores, además de buscar sanar las producidas por la relación con nuestros padres, es necesario también sanar nuestra relación con Dios y con nosotros mismos.

Frecuentemente culpamos a Dios de las cosas malas que nos ocurren, lo que en ocasiones podría ser una evasión de nuestras responsabilidades ante acciones o decisiones tomadas, o transferencia hacia Él de las malas experiencias que hayamos tenido al relacionarnos con personas que asociamos con Dios. También es frecuente culparlo de las acciones u omisiones de otros, de situaciones que forman parte del ciclo normal de vida o por no habernos concedido algo que le hayamos pedido.  Todas estas situaciones van creando en nuestro interior un profundo y peligroso resentimiento contra Dios.

Quizás sería conveniente acotar que todas estas heridas surgen por no haber tenido la oportunidad de experimentar de manera auténtica el amor de Dios, y aunque parezca contradictorio Él comprende nuestra realidad interior mucho mejor que nosotros mismos.  Por lo tanto es muy conveniente para nuestra salud interior disponernos con toda honestidad a examinar si Dios es realmente culpable de aquello que le endilgamos y con toda seguridad nos daremos cuenta de que no es así.  Si en alguna ocasión nos damos cuenta de que su voluntad no es igual a la nuestra, debemos abrir nuestros corazones para comprender que Él siempre nos concederá lo que es mejor para nosotros aunque en el momento no lo comprendamos, y con esta disposición decidir renovar nuestra relación con Dios.

Y finalmente es necesario aprender a perdonarnos a nosotros mismos, pues hay muchas personas que viven atormentadas por errores que cometieron, estancando sus vidas en un pasado que no tiene futuro.  No quiere decir que tengamos que tomar los errores a la ligera, sino mas bien arrepentirnos de ellos y tomándolos como experiencias, aprovecharlos para nuestro crecimiento intelectual y espiritual,  lo que nos debe ayudar a ser mas compasivos y comprensivos con nuestros hermanos que al igual que nosotros cometieron algún error.

Para la sanación de todas estas heridas contamos con la Gracia de Dios, que nos es dada a través de los sacramentos, especialmente de la confesión, la comunión y la unción de los enfermos, también con la oración y meditación personal; pero en algunos casos debido a la complejidad y profundidad de las heridas, también es necesario acudir a la ayuda profesional, que nos puede ser ofrecida por psicólogos y psiquiatras.

Los recursos para alcanzar la curación de estas heridas están a nuestro alcance, sólo es necesario que tomemos la decisión y nos comprometamos en un proceso que es lento, progresivo y permanente, pero que al final nos llevará a ser mejores personas.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
EQUIPO ARQUIDIOCESANO DE ANIMACIÓN PASTORAL

sábado, 27 de agosto de 2011

LAS HERIDAS INTERIORES…

 “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra” Juan 8,7; con estas palabras Jesús nos hace una invitación concreta a revisar nuestra interioridad, nuestro comportamiento, a descubrir y hacer consciente lo que somos.   Es común encontrarnos ante situaciones en las cuales con cierta facilidad solemos juzgar a nuestros hermanos, basándonos muchas veces en los actos externos que vemos en ellos a través de su conducta.   Pero Jesús es capaz de ver más allá de lo externo, y comprender el origen del comportamiento de cada uno de nosotros, y ante el conocimiento íntimo de nuestro ser no nos condena, sino que nos anima a seguirle y confiar en él, “Tampoco yo te condeno” Juan 7,11.

Y es que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas, influyen y modelan nuestra forma de ser, para bien o para mal.  Esas experiencias nos afectan de forma positiva o negativa, y lamentablemente muchas de ellas dejan heridas profundas en nuestros corazones que limitan nuestra capacidad de amar.

Todos necesitamos sanar esas heridas en función de alcanzar nuestra propia felicidad, hay quienes inconscientemente  buscan atenuar el dolor producido por estas fuera de sí mismo a través de bienes materiales o placeres que aunque parecieran aliviar nuestro conflicto interno, sólo lo hacen de manera superficial, no siendo capaces de resolver el problema de raíz.

Es importante acoger el llamado de Jesús, que en su infinita misericordia nos invita a hacer conciencia de cuáles son esas heridas que nos conducen a actuar de una forma o de otra, pues sólo siendo conscientes de que existen, podemos comenzar a dar pasos para vivir un proceso interno de sanación.  En líneas generales podemos afirmar que todos necesitamos sanar nuestra relación con nuestros padres, con Dios y con nosotros mismos.

La gran mayoría de nosotros tenemos heridas producidas por nuestra relación con nuestros padres, sin embargo es necesario que aprendamos a perdonar las fallas que ellos cometieron, pues con absoluta seguridad ellos nos dieron lo mejor de sí mismos, y obraron en consecuencia pensando que hacían lo mejor para nosotros. Debemos recordar que muy probablemente ellos también arrastran heridas que los llevaron a actuar como lo hicieron, con  sus aciertos y desaciertos. Lo que no debemos es poner en duda es la rectitud de sus intenciones, aunque estas no siempre hayan resultado ser lo mejor para nosotros.

En nuestro próximo artículo seguiremos ahondando en la sanación de estas heridas, para ayudar a abrir una puerta que pueda llevarnos a vivir de manera más plena y sana.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral

sábado, 20 de agosto de 2011

EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN


A través de la historia Dios ha demostrado que desea la cooperación del hombre para llevar adelante sus planes y designios de salvación.  Así pues podemos ver cómo desde al antiguo testamento llamó a los profetas para que actuaran en su nombre y según su voluntad,  anunciaran a su pueblo la salvación; también para enviar a su Hijo Unigénito pidió el consentimiento y la cooperación de María y José, y luego para llevar adelante su plan de redención llamó a los apóstoles para conformar su Iglesia.

En el Evangelio podemos ver con claridad cómo Jesús confiere el poder a los apóstoles para que en su nombre perdonen los pecados: “A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” Juan 20,22-23.   Ese poder conferido por Jesús a los apóstoles, ha llegado hasta nuestros días a través de sus sucesores. Por lo tanto este sacramento muy lejos de ser una invención humana, es un signo palpable de la infinita misericordia de Dios para con nosotros, pues no quiere la condenación sino la salvación del pecador.

Es frecuente encontrar toda una gama de interpretaciones a este respecto, incluso dentro de nuestra iglesia hay quienes cuestionan la necesidad de este sacramento, y dicen que ellos prefieren “confesarse directamente con Dios”.   Es interesante esta afirmación pues efectivamente es Dios quien perdona los pecados, pero como dice el mismo evangelio “no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1,37), por lo tanto cuestionar que Dios pueda perdonar los pecados a través del sacerdote, es cuestionar no sólo su autoridad sino también su sabiduría infinita.

Es también frecuente escuchar a quienes afirman que ¿por qué ellos tiene que decir sus pecados a un hombre que es tan o más pecador que ellos? Y a primera vista podría pensarse que este sí es un argumento válido, pero lo que realmente subyace bajo esta afirmación es una manera de defenderme desde mi orgullo del reconocimiento expreso de mi debilidad, pecado y  miseria. Una cosa es que seamos capaces de reconocer interiormente que nos hemos equivocado, y otra muy distinta tener que confesarlo a otro hermano que aunque aparentemente es igual que yo, no actúa en nombre propio sino en el nombre de Cristo.

Por lo tanto la confesión constituye un acto de humildad, a través del cual no sólo son perdonados nuestros pecados, sino que es restaurada en nosotros la gracia que por causa del pecado habíamos perdido.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

sábado, 13 de agosto de 2011

LA RECONCILIACION CON DIOS

Tradicionalmente al hablar de reconciliación, lo definimos como un proceso en el cual dos o más personas buscan la manera de superar sus diferencias, con el fin de poder restablecer las relaciones, pero al hablar de la reconciliación con Dios nos encontramos ante una realidad totalmente diferente.

Quien decide alejarse de Dios es el hombre, haciendo uso de su libre albedrío, pero en cambio Dios nunca se aleja de nosotros, pues se mantiene siempre fiel a su promesa “tú serás mi pueblo, y yo seré tu Dios”.   Hace algunos años quedé sorprendido cuando en un retiro espiritual me dijeron que en el proceso de sanación interior, todos necesitamos perdonar a Dios.

Pero ¿qué he de perdonarle a aquel que me ama de manera plena, que me ha creado y que vela continuamente por mí?  Definitivamente la experiencia que podamos tener de Dios cada uno de nosotros es diferente, aunque iguales en su esencia, distintas en sus formas. Así pues en muchos casos tendemos a culpar a Dios de las cosas malas que nos ocurren en la vida, y he visto con mucha tristeza a personas que tienen un profundo resentimiento contra Dios, quedando prácticamente solos ante las turbulencias y vicisitudes de la vida cotidiana.

También es común ver como al reconocernos pecadores, nos sentimos indignos del amor de Dios y por tanto, viviendo en el pecado decidimos alejarnos de Él, llegando incluso a creer que no podrá perdonarnos.

Ante estas dos situaciones es importante saber que nuestras percepciones no son siempre fieles a la realidad, es decir, podemos pensar que las cosas son de una forma sin que éstas sean necesariamente así.  Dios Padre de Misericordia está siempre atento a nuestras necesidades, permanece fiel a su promesa y nunca se aleja de nosotros aunque decidamos darle la espalda.

Lo único que hace falta para comenzar el proceso de reconciliación con Dios, es que abriendo nuestros corazones nos decidamos a ello. El salmista expresa “un corazón contrito y arrepentido, tú no lo desprecias”, y es que cuando tomamos la decisión de reconciliarnos con Dios y salimos a su encuentro para pedir su perdón, nos encontramos con que Él ya ha salido en nuestra búsqueda y está listo y dispuesto a abrazarnos con su misericordia.

La vida cotidiana está cargada de dificultades y sufrimientos, te invito a acoger el llamado de Jesús: “vengan a mí los que estén cansados y agobiados que yo les aliviaré”. Dios quiere nuestra felicidad, abramos el corazón para que con su amor podamos alcanzarla.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012