Cada año gran parte de la humanidad celebra el acontecimiento que ha dividido la historia en antes y después, el nacimiento del Mesías prometido. Para muchos representa una excelente ocasión para celebrar encuentros familiares, para otros días de fiestas, regalos y compras, pero para los verdaderos cristianos esta fiesta significa mucho más que eso.
Los signos nos ayudan a entender realidades, por eso como fieles hijos de Dios nuestra vivencia de la navidad debe ser signo de encuentro íntimo con el pequeño Jesús, con actitudes claras que manifiesten nuestro agradecimiento a Dios por su inmenso acto amor al haberse hecho uno de nosotros.
Ante la caída del hombre, al perder el paraíso prometido, Dios no se queda indiferente sino que de manera inmediata promete la liberación de las cadenas que nos atan al pecado, enviando a su propio Hijo para nuestra redención.
Cuando observamos las realidades de nuestra sociedad, donde las manifestaciones del mal parecen multiplicarse, y nos damos cuenta de las atrocidades cometidas por nosotros mismos o por otras personas, solemos emitir juicios y decir “el mundo está perdido”, “esa persona no merece el perdón de Dios”, y así vamos sentenciando a quienes según nuestro parecer merecen nuestro mayor desprecio.
Pero sin ir muy lejos, también suele ocurrir que cuando hacemos un verdadero examen de conciencia, y nos damos cuenta de lo débiles, pecadores y miserables que hemos sido, podríamos caer en la tentación de pensar que no hay salvación posible para nosotros.
Ante estas realidades el evangelio, como antorcha fulgurante nos llena de esperanza: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Juan 1,14). Dios ha venido a entregar su vida por toda la humanidad, no sólo por aquellos que catalogamos como buenos, sino por todos nosotros sin distinción alguna. Con su encarnación Jesús siendo Dios, se hace uno más de nosotros, “pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4,15).
Jesús es la Misericordia encarnada, que ha querido vivir y padecer como cualquiera de nosotros, para demostrarnos que es “el Emmanuel, el Dios con nosotros”, el Dios que comprende nuestra debilidad y fragilidad, y quiere tomarnos bajo su amparo para librarnos de la miseria y de la muerte y darnos la “vida, y vida en abundancia” (Juan 10,10).
Que esta navidad sea ocasión para permitir a María Madre de Misericordia, que en unión a San José, disponga nuestros corazones para que el Pequeño Jesús, haga morada en nosotros. ¡Feliz Navidad!
“Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad”
@enticonfio2012