lunes, 17 de octubre de 2011

“POR MIS OBRAS, TE MOSTRARÉ MI FE”

En la cotidianidad es común encontrarnos con actos de fe, no sólo desde el punto de vista religioso, sino desde las relaciones interpersonales.

Tener fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando que es honesto y por lo tanto que su palabra es veraz. La fe es también la confianza que tenemos en alguien o algo, a la cual llegamos después de haber evaluado si ese alguien o algo son dignos de fiar.   Quién de nosotros no ha escuchado a una abuelita decir que le tiene fe a este o aquel medicamento, porque en un momento éste le alivió alguna dolencia. Seguramente todos hemos escuchado expresiones de este tipo, y es que en nuestra vida vamos acumulando experiencias y conocimientos que nos ayudan a formar un sistema de creencias que nos permitan dar pasos sobre supuestas seguridades que nos garanticen estabilidad.

También en el ámbito religioso, solemos escuchar con frecuencia a personas decir que tienen fe en Dios, incluso nosotros mismos si somos lo interrogados al respecto, podríamos responder con cierta ligereza que sí. Pero cuando analizamos nuestra manera de vivir, podríamos cuestionar hasta qué punto realmente creemos en Él.

En una ocasión una enferma le pidió a una mística que orara para que Dios la curase, a lo que ésta le preguntó: ¿tú crees que Jesús puede curarte?, y sin dudar respondió inmediatamente: “Sí”. Comenzaron a orar y por gracia de Dios, sus dolores desaparecieron, quedando totalmente curada, pero paradójicamente la primera expresión de la enferma fue: “no lo puedo creer”.

Y es que la fe no constituye para nada un acto irracional o meramente emocional, la fe en Dios constituye  a la vez un compromiso de vida, no basta con decir que creemos que Él existe, pues bien lo dijo el apóstol Santiago “también los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2,19).

Fiarnos de Dios implica creer y aceptar su palabra como verdadera, y  en consecuencia actuar de acuerdo a ésta. Santa María Faustina confió plenamente en Dios, al punto de escribir en su diario: “aunque me mates, nunca dejaré de confiar en ti”.  La fe es un don, porque nos ha sido dada gratuitamente, pero el abrazarla constituye un acto de la voluntad que sólo es posible lograr auxiliados por la Gracia Divina.

Si vivimos nuestra fe de manera auténtica, entonces esta deberá producir buenos frutos, pues “así como el cuerpo sin espíritu  está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2,26)

Roguemos al Señor de la Misericordia que aumente nuestra fe, y que día a día podamos repetir con convicción: Jesús, en ti confío.

¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad!

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