Nos encontramos a las puertas de la celebración de la navidad, época que muchos catalogan como la más hermosa del año. Es común ver las casas especialmente arregladas, los centros comerciales y las jugueterías llenas de personas que desean expresar su afecto a sus seres queridos a través de algún regalo, y por supuesto la búsqueda de la ropa para vestirnos especialmente para estas fiestas.
En medio de este “corre corre” podríamos caer en la tentación de quedarnos en lo externo y descuidar lo que es realmente importante. El adviento es un tiempo propicio para disponer nuestros corazones a fin de que la navidad sea la gran celebración de la llegada al mundo del Redentor.
Ante la caída del hombre en el pecado y la pérdida del paraíso, Dios nos promete que enviar al Mesías para que nos rescate de la muerte y el pecado y nos abra las puertas a la Vida Eterna. Esa promesa comienza a cumplirse cuando una Virgen humilde acoge en su seno al Hijo de Dios, la Misericordia se hace carne y viene a habitar en medio de nosotros.
Ante la proximidad del nacimiento de Jesús, seguramente María y José prepararon lo necesario desde el punto de vista material para recibir al pequeño Rey. Casi podemos verles buscando las ropitas que vestiría el Hijo de Dios, e inclusive disponiendo de la mejor manera posible aquella humilde gruta de Belén para recibir al Rey de reyes. Sin embargo la mayor y más grande preparación sin lugar a dudas fue la íntima unión con Dios, sin descuidar lo externo, María y José vivieron sumergidos en la presencia del Dios encarnado cuyo nacimiento ya era inminente.
Ante la proximidad de la fiesta del nacimiento de Jesús es importante que también nosotros sin descuidar lo externo, centremos nuestra atención en disponer nuestros corazones para que también en ellos Jesús consiga una morada donde recostarse y recibir la correspondencia de nuestro amor, a su encarnación por amor a nosotros.
Si en realidad deseamos brindar felicidad a nuestros seres queridos, no basta con ofrecer un gesto material, pues no hay mayor riqueza que poder llevar a los demás la dulce y delicada presencia de Jesús que habita en nuestros corazones. Si disponemos todo nuestro ser para que Él nazca en nosotros, entonces seremos capaces de amar como Él nos ama, y así poder brindar el mayor de todos los bienes a nuestros hermanos, el amor mismo de Dios que es capaza de manifestarse a través de nosotros.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
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