“En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron” (Mateo 25, 40). Con estas palabras el Señor nos invita a vivir la misericordia activa con el prójimo y nos muestra la medida con la que nos pedirá cuentas cuando nos presentemos ante él.
Efectivamente nadie puede dar lo que no tiene, es por esto que sólo dejándonos amar por Dios y permitiéndole sanar nuestras muchas heridas, seremos capaces de amar al prójimo. Quizás para muchos de nosotros el mandamiento del amor puede parecer una opción de vida muy difícil, puede resultarnos mucho más cómodo amar a los que nos aman, aunque en muchas ocasiones no alcanzamos a percibir las necesidades de aquellos que nos son más cercanos.
Para poder amar al prójimo necesitamos primero sabernos y sentirnos amados de una manera auténtica y plena, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras luces y sombras, y esto no es fácil de conseguir. Sólo en Dios podremos experimentar el amor incondicional, que “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta” (1Corintios 13, 7). La vivencia de ese amor nos llena de un gozo singular, que nos habilita para amar a nuestros hermanos de una manera semejante, aunque claro está, con las muchas limitaciones que humanamente tenemos. Pero cuando ponemos la confianza en Dios, el amor es capaz de superar las limitaciones de nuestra propia humanidad.
A través de las revelaciones de Jesús a Santa Faustina, se nos muestra con claridad que si realmente creemos en Él, debemos vivir la misericordia con el prójimo. “Exijo de ti (le dijo) obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte, ni justificarte”.
En la vida de muchos santos admirados por su gran acción hacia el prójimo conseguimos esta constante, y es que el servicio a los hermanos proviene del reconocimiento de la presencia real de Jesús en el otro, y en consecuencia le demostraron amor efectivo y activo. La Madre Teresa de Calcuta dijo en una ocasión que ni por un millón de libras era capaz de abrazar a un enfermo, pero por amor a Jesús era capaz de hacerlo gratis.
La iglesia nos presenta las obras espirituales y corporales de la misericordia, a través de las cuales nos podemos guiar en nuestra acción hacia el prójimo. Podemos servir a Jesús sólo si nuestro obrar nace de ese auténtico amor por él.
¡Vive Su misericordia, construyamos fraternidad!
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