A lo largo de nuestra vida experimentamos diversas situaciones que evidentemente nos marcan de manera significativa, pero somos nosotros mismos quienes en definitiva decidimos de qué forma estas experiencias influenciarán el resto de nuestra vida. Todos en algún momento hemos sido heridos por actuaciones, palabras u omisiones de aquellas personas que consideramos importantes, o por otras que siendo totalmente ajenas a nosotros irrumpen de alguna manera en nuestras vidas con intenciones de dañarnos. En ese momento surgen heridas que resultan difíciles de sanar, y que en muchos casos pueden conducirnos a alimentar odios y rencores hacia esas personas, trastocando nuestras emociones y con ellas nuestra manera de pensar y actuar.
Y es que el odio o el rencor, son como una pequeña raíz que crece en nuestros corazones, que al principio puede parecer insignificante, pero que con el tiempo comienza a crecer y a hacerse más profunda y robusta, llegando en casos extremos a limitar nuestra capacidad de amar. Quizás analizando los “actos” podemos decir que esta o aquella persona no merece nuestro perdón, y nos aferramos a una situación específica que nos lleva a invertir una inmensa cantidad de tiempo, desgaste y esfuerzo en alimentar un sentimiento que es totalmente contrario al amor, en otras palabras, decidimos odiar o guardar rencor como una respuesta a la agresión que hemos recibido.
Sin embargo Jesús nos invita a perdonar continuamente, cuando fue consultado por San Pedro sobre cuántas veces debemos perdonar a nuestros hermanos, éste respondió “hasta setenta veces siete” (Mateo 18,22), en la oración del Padre Nuestro nos enseñó a decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”(Lucas 11,4), pero más allá de su palabra nos dio su ejemplo cuando desde la cruz clamó perdón para aquellos verdugos que le torturaban con saña “Padre perdónalos que no saben lo que hacen” (Lucas 23,34).
Y es que el perdón no beneficia tanto al que es perdonado como al que perdona. El perdón no es un sentimiento, es un acto de la voluntad que surge de la experiencia del amor; cada uno es libre de optar por perdonar o no. Si decidimos no perdonar nos condenamos a vivir atados a un inmenso peso que siempre nos hará infelices, pero si decidimos perdonar abrimos la puerta a la sanación de las heridas interiores, lo cual constituye el inicio de un proceso de madurez y crecimiento que nos llevará a vivir en libertad, auxiliados por la Gracia de Dios.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario