UN GRAN CONSEJO…
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgaAXYd-P55cmtpRLmcwAXUQkQpyYc8DbE_VdVJLeYlTIk-sVyuArJo69I9sqBqJhhIg7CWToKNkUM_2kLkr8XXraKG1rfyRr2hgOqxzjKmB2Ghe9ZyIn9ka8MFii30tWJcsdh4T8GbM_K5/s1600/KolbeN.jpg)
Todos hemos
estado allí, las luchas de este tipo son parte de la vida del católico. Pero,
¿cómo manejar este tipo de pecado repetido sin caer en la desesperación? San
Maximiliano Kolbe, ofrece un consejo.
Siempre que te
sientas culpable, porque has cometido deliberadamente un pecado, un pecado
grave, algo que has hecho muchas, muchas veces, nunca dejes que el diablo te
engañe, ni que te desanime. Siempre que te sientas culpable, ofrece toda la
culpa a la Inmaculada, sin analizarlo o examinarlo, como algo que le pertenece
a ella...
Que cada
caída, aunque sea grave y sea pecado habitual, siempre sea para nosotros un
pequeño paso hacia un mayor grado de perfección.
De hecho, la
única razón por la que la Inmaculada nos permite caer es para curarnos de
nuestra vanidad, de nuestro orgullo, para que seamos humildes y así hacernos
dóciles a las gracias divinas.
El diablo, en
cambio, intenta inyectar en nosotros el desánimo y la depresión interior en
estas circunstancias, que de hecho, no es más que nuestro orgullo que sale a la
superficie otra vez.
Si supiéramos
la profundidad de nuestra pobreza, no nos sorprenderían en absoluto nuestras
caídas, sino que más bien sorprendidos, agradeceríamos a Dios después de pecar,
por no permitirnos caer aún más profundamente y
con mayor frecuencia.
En otras
palabras, St. Maximiliano está diciendo que Dios nos permite caer para que
podamos aprender a ser humildes. Esto es esencial, porque el orgullo es el
enemigo número uno del alma, y no importa lo mucho que parezca que avanzamos en
la vida espiritual, es todo una ilusión si estamos infectados con el orgullo y
la autosuficiencia. Primero debemos aprender la humildad antes de que podamos
hacer ningún progreso real en la santidad.
El problema es
que si pudiéramos conquistarla por nosotros mismos a través de pura fuerza de
voluntad, muy pronto nos convertiríamos en autosuficientes y orgullosos. No
tendríamos ninguna idea de lo frágiles y débiles que realmente somos, o cómo
dependemos de la gracia de Dios, incluso para hacer el más pequeño acto de
bien.
Con el pecado
repetido continuamente, se rompe cualquier ilusión de que podemos hacer todo
por nosotros mismos. La humillación aplastante que sentimos con cada caída
puede ser una buena cosa si nos lleva a la dependencia de María y por María a
Jesús.