sábado, 4 de agosto de 2012

¿Donde encontrar la paz?


Cuando amamos a alguien, compartir tiempo con esa persona es un verdadero placer, las horas parecen minutos y la rutina se convierte en alegría.  Además quienes se aman buscan la manera para estar juntos, a pesar de las múltiples obligaciones o deberes que puedan tener.  Así por ejemplo un padre que realmente ama a sus hijos, es capaz de reponerse a su cansancio, con tal de poder compartir tiempo de calidad con sus hijos.

En los mandamientos de la ley de Dios se nos dice que debemos amarle a Él sobre todas las cosas, y en más de una ocasión he escuchado a personas decir que efectivamente Dios es lo más importante en sus vidas.  Sin embargo como dice el refrán popular: “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.

En la vida de Jesús es muy frecuente encontrar los pasajes donde se retiraba a orar, incluso sus discípulos le piden en una ocasión que les enseñe a orar, petición que es atendida por Él de inmediato.

La oración es el tiempo por excelencia que dedicamos a estar con Dios, en el cual no sólo dialogamos con Él, sino y sobre todo, nos dejamos amar por Él.  Si abrimos nuestro corazón a Dios con sinceridad y humildad, sin duda alguna Él vendrá a nuestro encuentro, y su palabra se hará vida en nosotros.  No importa si somos santos o pecadores, pues “un corazón contrito y arrepentido, Señor tú no lo desprecias” (Salmo 51,19).  Muchas veces nos vemos aturdidos por el quehacer cotidiano, por los problemas del día a día, por nuestros propios conflictos internos, ante lo cual Jesús nos dice: “vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11, 28).

La oración debe ser para el cristiano una de las principales riquezas, la Madre Teresa de Calcuta decía que todo lo que ella hacía no era posible sin la fuerza de la oración.
Cuando oremos no perdamos nunca de vista que aunque no podamos ver a Dios, Él si no está viendo a nosotros, nos escucha y ante su presencia las realidades se transforman.  Nuestra angustia se convierte en paz, nuestras oscuridades se disipan, nuestras debilidades en fortaleza y nuestra soledad en compañía de aquel que es el Amor mismo.

Si realmente deseas que Dios sea lo primero en tu vida, pues fuera de Él no existe verdadera felicidad, no pongas barreras a la oración, dedica aunque sea un breve instante diariamente para dialogar con Él, como un pequeño se acerca al regazo de su madre para reposar. No siempre lo que pedimos a Dios nos es concedido, pero lo que si ocurre siempre es que en la oración nuestras angustias se transforman en paz.

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