miércoles, 4 de julio de 2012

QUIEN NO AMA A SU HERMANO...


En múltiples ocasiones he escuchado decir que los extremos nunca son buenos, sin embargo es muy frecuente escuchar que a las personas se nos cataloga como buenas o malas, y esta concepción podría distar en mucho de la realidad.

Nuestra manera de percibir al prójimo depende mucho de la óptica personal, nuestras experiencias de vida nos llevan a ver y juzgar a las personas y las situaciones con mucha subjetividad y poca objetividad.  Si partimos del hecho de que todos somos hijos de Dios, sin distinción de ningún tipo, hemos de concluir que inevitablemente somos hermanos.  No sólo hermanos de aquellos que nos agradan, sino también de aquellos que por su conducta y manera de actuar nos pueden crear repulsión o desprecio.

Si realmente creemos que Dios es nuestro Padre, es necesario que aprendamos a ver al prójimo con ojos de misericordia, el Beato Juan Pablo II dijo en una ocasión: “Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad”.  

Es cierto que cada uno de nosotros tenemos la libertad para decidir qué hacer con nuestras vidas, pero el hecho de que tomemos caminos o decisiones erradas no suprime nuestra condición de hijos de Dios, por lo tanto mucho menos puede hacer desaparecer nuestra condición de hermanos. En una ocasión mi madre me dijo “no estoy de acuerdo con la decisión que estás tomando, pero por tomar decisiones no dejas de ser mi hijo”.

Es muy necesario que detrás de la imagen de maldad que podamos ver en algunos hermanos nuestros, aprendamos a ver más allá de lo evidente y dirijamos nuestra atención a lo esencial. Todos de alguna manera somos fruto de lo que hemos vivido, hay quienes hemos sido bendecidos, a pesar de llevar grandes cruces, pues Dios nos ha mostrado la manera de llevarlas con amor y paciencia; otros en cambio expresan su profundo sufrimiento e inmensa soledad buscando llenar sus vidas de sentido en las cosas externas, sin darse cuenta de que en ellos nunca hallarán la felicidad.

Queridos hermanos, hace falta que aprendamos a vernos con misericordia, igual que Dios nuestro Padre nos ve a nosotros.  Esta no es una tarea fácil, pero con la gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes podremos poco a poco llegar al ideal cristiano del amor. Quiero terminar esta reflexión citando la 1ra Carta de San Juan, pues me parece que expresa con claridad el modelo que Cristo nos legó: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20). 

Una vez más, no pongamos nuestra esperanza en nuestras fuerzas, sino en la Misericordia de Dios quien todo lo puede. Ten fe, ora y no te preocupes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario