En múltiples ocasiones he escuchado decir que los extremos
nunca son buenos, sin embargo es muy frecuente escuchar que a las personas se
nos cataloga como buenas o malas, y esta concepción podría distar en mucho de
la realidad.
Nuestra manera de percibir al prójimo depende mucho de la
óptica personal, nuestras experiencias de vida nos llevan a ver y juzgar a las
personas y las situaciones con mucha subjetividad y poca objetividad. Si partimos del hecho de que todos somos
hijos de Dios, sin distinción de ningún tipo, hemos de concluir que
inevitablemente somos hermanos. No sólo
hermanos de aquellos que nos agradan, sino también de aquellos que por su
conducta y manera de actuar nos pueden crear repulsión o desprecio.
Si realmente creemos que Dios es nuestro Padre, es necesario
que aprendamos a ver al prójimo con ojos de misericordia, el Beato Juan Pablo
II dijo en una ocasión: “Se necesita la misericordia para hacer que toda
injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad”.
Es cierto que cada uno de nosotros tenemos la libertad para
decidir qué hacer con nuestras vidas, pero el hecho de que tomemos caminos o
decisiones erradas no suprime nuestra condición de hijos de Dios, por lo tanto
mucho menos puede hacer desaparecer nuestra condición de hermanos. En una
ocasión mi madre me dijo “no estoy de acuerdo con la decisión que estás
tomando, pero por tomar decisiones no dejas de ser mi hijo”.
Es muy necesario que detrás de la imagen de maldad que
podamos ver en algunos hermanos nuestros, aprendamos a ver más allá de lo
evidente y dirijamos nuestra atención a lo esencial. Todos de alguna manera
somos fruto de lo que hemos vivido, hay quienes hemos sido bendecidos, a pesar
de llevar grandes cruces, pues Dios nos ha mostrado la manera de llevarlas con
amor y paciencia; otros en cambio expresan su profundo sufrimiento e inmensa
soledad buscando llenar sus vidas de sentido en las cosas externas, sin darse
cuenta de que en ellos nunca hallarán la felicidad.
Queridos hermanos, hace falta que aprendamos a vernos con
misericordia, igual que Dios nuestro Padre nos ve a nosotros. Esta no es una tarea fácil, pero con la
gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes podremos poco a poco llegar al ideal
cristiano del amor. Quiero terminar esta reflexión citando la 1ra Carta de San
Juan, pues me parece que expresa con claridad el modelo que Cristo nos legó: “Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso; pues quien no
ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20).
Una vez más, no pongamos nuestra esperanza en nuestras
fuerzas, sino en la Misericordia de Dios quien todo lo puede. Ten fe, ora y no
te preocupes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario