Cuando damos
un vistazo a las realidades sociales de
nuestro entorno, muchos solemos poner el acento en las cosas negativas que
afligen nuestra cotidianidad, e incluso
envueltos en un manto de pesimismo nos quejamos sin dejar lugar a la esperanza
o peor aún, nos cruzamos de brazos ante el sentimiento de impotencia para
cambiar esas realidades.
Por otro lado,
la realidad personal de cada uno de nosotros suele ser espinosa, llevándonos en
muchos casos a sumirnos en nuestro propio conflicto y cerrar los ojos ante las
distintas situaciones que pueden afectar a nuestro prójimo.
Pareciera que
no hay forma de encontrar la paz tan deseada por todos, pero que sin embargo no
nos esforzamos por construir. El Beato Juan Pablo II durante una visita al
Santuario de la Divina Misericordia en Polonia, durante su homilía nos ofreció
una luz maravillosa “en la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y
el hombre la felicidad”.
La Divina
Misericordia no se restringe a una devoción puntual, es mucho más que eso, es
el mayor atributo de Dios, por medio del cual nos manifiesta su amor, que es
incondicional, gratuito y fiel. Aunque parezca que la vivencia de la
misericordia de Dios es algo netamente personal, esta tiene una dimensión
comunional que redunda o debe redundar en el beneficio de toda la sociedad.
Los laicos
somos todos los bautizados que no hemos sido ordenados como ministros , y es precisamente a nosotros a quienes se
nos ha encomendado la tarea de construir un mundo mejor según el plan de
Dios. En el Concilio Vaticano II podemos
leer: “En este mundo, corresponde a los laicos iluminar y ordenar las cosas
temporales de modo peculiar, para que todo se realice y crezca para la gloria
del Creador y Redentor” (Lumen Gentium 180).
¿Y cómo
podemos desde nuestra pequeñez hacer algo para cambiar las realidades que nos
afligen de manera personal y colectiva? No es una tarea fácil, pero debe
comenzar por el cambio interior de cada uno de nosotros, producto de un
verdadero y honesto encuentro con Cristo, quien en su Misericordia puede
transformarnos y en consecuencia darnos la gracia para que con nuestro esfuerzo
seamos mejores personas.
Si cada uno de
los que hemos tenido la gracia de vivir el amor misericordioso de Dios,
actuamos en consecuencia de manera misericordiosa con nuestros hermanos,
desaparecerían muchos de los males que nos afligen personal y socialmente.
Basta que cumplamos nuestros deberes cotidianos en nuestro hogar, en nuestro
trabajo, en nuestros círculos de amigos y en cada momento, para contribuir a
ordenar el mundo según la voluntad de Dios y construir su reino entre nosotros.
¡Vive su
Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
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