sábado, 12 de mayo de 2012

La Misericordia, esperanza del mundo


Cuando damos un vistazo a las realidades sociales  de nuestro entorno, muchos solemos poner el acento en las cosas negativas que afligen nuestra  cotidianidad, e incluso envueltos en un manto de pesimismo nos quejamos sin dejar lugar a la esperanza o peor aún, nos cruzamos de brazos ante el sentimiento de impotencia para cambiar esas realidades.

Por otro lado, la realidad personal de cada uno de nosotros suele ser espinosa, llevándonos en muchos casos a sumirnos en nuestro propio conflicto y cerrar los ojos ante las distintas situaciones que pueden afectar a nuestro prójimo.

Pareciera que no hay forma de encontrar la paz tan deseada por todos, pero que sin embargo no nos esforzamos por construir. El Beato Juan Pablo II durante una visita al Santuario de la Divina Misericordia en Polonia, durante su homilía nos ofreció una luz maravillosa “en la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre la felicidad”.

La Divina Misericordia no se restringe a una devoción puntual, es mucho más que eso, es el mayor atributo de Dios, por medio del cual nos manifiesta su amor, que es incondicional, gratuito y fiel. Aunque parezca que la vivencia de la misericordia de Dios es algo netamente personal, esta tiene una dimensión comunional que redunda o debe redundar en el beneficio de toda la sociedad.
Los laicos somos todos los bautizados que no hemos sido ordenados como ministros  , y es precisamente a nosotros a quienes se nos ha encomendado la tarea de construir un mundo mejor según el plan de Dios.  En el Concilio Vaticano II podemos leer: “En este mundo, corresponde a los laicos iluminar y ordenar las cosas temporales de modo peculiar, para que todo se realice y crezca para la gloria del Creador y Redentor” (Lumen Gentium 180).

¿Y cómo podemos desde nuestra pequeñez hacer algo para cambiar las realidades que nos afligen de manera personal y colectiva? No es una tarea fácil, pero debe comenzar por el cambio interior de cada uno de nosotros, producto de un verdadero y honesto encuentro con Cristo, quien en su Misericordia puede transformarnos y en consecuencia darnos la gracia para que con nuestro esfuerzo seamos mejores personas.

Si cada uno de los que hemos tenido la gracia de vivir el amor misericordioso de Dios, actuamos en consecuencia de manera misericordiosa con nuestros hermanos, desaparecerían muchos de los males que nos afligen personal y socialmente. Basta que cumplamos nuestros deberes cotidianos en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en nuestros círculos de amigos y en cada momento, para contribuir a ordenar el mundo según la voluntad de Dios y construir su reino entre nosotros.

¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

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