viernes, 2 de marzo de 2012

Misericordia quiero, y no sacrificio


Hemos iniciado la cuaresma, un tiempo especial en el que la Iglesia nos invita a disponer nuestros corazones de manera particular a la conversión a través de la oración, la penitencia y el sacrificio.  En esta propuesta también se nos invita a vivir la limosna y la caridad como frutos de la vivencia intima y auténtica de acercamiento al Señor y compromiso de cambio de vida.
Sin embargo es bueno poner nuestro acento en el deseo de Jesús, cuando a través del evangelista San Mateo nos dice: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt.9,13), pues sin quererlo podríamos caer en la tentación de buscar cumplir con algunos actos o ritos externos que siendo muy buenos y saludables para nuestra fe, nos hagan pensar que con ello estamos siendo buenos cristianos.
Efectivamente nuestra vida interior necesita ser cultivada, y para ello contamos con la oración personal, las sagradas escrituras, los sacramentos, las lecturas espirituales, retiros y un sinnúmero de subsidios que nos ofrece nuestra iglesia para que podamos crecer interiormente. Pero el cumplir con todo eso no es garantía de que estemos haciendo las cosas bien, pues si nuestra vida interior no produce frutos buenos, es necesario que revisemos qué es lo que realmente estamos haciendo.
El verdadero encuentro con Jesús es capaz de transformar nuestra mayor oscuridad, en la más radiante claridad. Y es que el hecho de estar en su presencia tiene un efecto transformador y regenerador, por lo que de dicho encuentro se produce una consecuencia inevitable, que es el deseo de ser mejores y actuar coherentemente.
Si nuestra vida cristiana no nos lleva a ser más compasivos y misericordiosos, es necesario que roguemos al Señor con mayor insistencia que cambie nuestros corazones de piedra, en corazones de carne.  Muchas veces las distintas experiencias de vida, nos endurecen el corazón, limitando nuestra capacidad de amar, de ser felices y llevar la luz de Dios a nuestro interior y a  nuestros hermanos. Es aquí cuando es necesario que hagamos conciencia de la necesidad que tenemos de sanar nuestras heridas, para lo que es necesario que seamos muy sinceros con nosotros mismos y que tengamos la suficiente humildad para reconocer que necesitamos de Dios y hasta de nuestros hermanos para lograr ser mejores personas.
Cultivar la vida interior es muy necesario, pero sin perder de vista que nuestra actuación debe ser cónsona con lo que Dios quiere de nosotros, que seamos compasivos y misericordiosos pues de esa manera estaremos comportándonos como verdaderos hijos de Dios.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!

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