“Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra” Juan 8,7; con estas palabras Jesús nos hace una invitación concreta a revisar nuestra interioridad, nuestro comportamiento, a descubrir y hacer consciente lo que somos. Es común encontrarnos ante situaciones en las cuales con cierta facilidad solemos juzgar a nuestros hermanos, basándonos muchas veces en los actos externos que vemos en ellos a través de su conducta. Pero Jesús es capaz de ver más allá de lo externo, y comprender el origen del comportamiento de cada uno de nosotros, y ante el conocimiento íntimo de nuestro ser no nos condena, sino que nos anima a seguirle y confiar en él, “Tampoco yo te condeno” Juan 7,11.
Y es que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas, influyen y modelan nuestra forma de ser, para bien o para mal. Esas experiencias nos afectan de forma positiva o negativa, y lamentablemente muchas de ellas dejan heridas profundas en nuestros corazones que limitan nuestra capacidad de amar.
Todos necesitamos sanar esas heridas en función de alcanzar nuestra propia felicidad, hay quienes inconscientemente buscan atenuar el dolor producido por estas fuera de sí mismo a través de bienes materiales o placeres que aunque parecieran aliviar nuestro conflicto interno, sólo lo hacen de manera superficial, no siendo capaces de resolver el problema de raíz.
Es importante acoger el llamado de Jesús, que en su infinita misericordia nos invita a hacer conciencia de cuáles son esas heridas que nos conducen a actuar de una forma o de otra, pues sólo siendo conscientes de que existen, podemos comenzar a dar pasos para vivir un proceso interno de sanación. En líneas generales podemos afirmar que todos necesitamos sanar nuestra relación con nuestros padres, con Dios y con nosotros mismos.
La gran mayoría de nosotros tenemos heridas producidas por nuestra relación con nuestros padres, sin embargo es necesario que aprendamos a perdonar las fallas que ellos cometieron, pues con absoluta seguridad ellos nos dieron lo mejor de sí mismos, y obraron en consecuencia pensando que hacían lo mejor para nosotros. Debemos recordar que muy probablemente ellos también arrastran heridas que los llevaron a actuar como lo hicieron, con sus aciertos y desaciertos. Lo que no debemos es poner en duda es la rectitud de sus intenciones, aunque estas no siempre hayan resultado ser lo mejor para nosotros.
En nuestro próximo artículo seguiremos ahondando en la sanación de estas heridas, para ayudar a abrir una puerta que pueda llevarnos a vivir de manera más plena y sana.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
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Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral