sábado, 27 de agosto de 2011

LAS HERIDAS INTERIORES…

 “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra” Juan 8,7; con estas palabras Jesús nos hace una invitación concreta a revisar nuestra interioridad, nuestro comportamiento, a descubrir y hacer consciente lo que somos.   Es común encontrarnos ante situaciones en las cuales con cierta facilidad solemos juzgar a nuestros hermanos, basándonos muchas veces en los actos externos que vemos en ellos a través de su conducta.   Pero Jesús es capaz de ver más allá de lo externo, y comprender el origen del comportamiento de cada uno de nosotros, y ante el conocimiento íntimo de nuestro ser no nos condena, sino que nos anima a seguirle y confiar en él, “Tampoco yo te condeno” Juan 7,11.

Y es que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas, influyen y modelan nuestra forma de ser, para bien o para mal.  Esas experiencias nos afectan de forma positiva o negativa, y lamentablemente muchas de ellas dejan heridas profundas en nuestros corazones que limitan nuestra capacidad de amar.

Todos necesitamos sanar esas heridas en función de alcanzar nuestra propia felicidad, hay quienes inconscientemente  buscan atenuar el dolor producido por estas fuera de sí mismo a través de bienes materiales o placeres que aunque parecieran aliviar nuestro conflicto interno, sólo lo hacen de manera superficial, no siendo capaces de resolver el problema de raíz.

Es importante acoger el llamado de Jesús, que en su infinita misericordia nos invita a hacer conciencia de cuáles son esas heridas que nos conducen a actuar de una forma o de otra, pues sólo siendo conscientes de que existen, podemos comenzar a dar pasos para vivir un proceso interno de sanación.  En líneas generales podemos afirmar que todos necesitamos sanar nuestra relación con nuestros padres, con Dios y con nosotros mismos.

La gran mayoría de nosotros tenemos heridas producidas por nuestra relación con nuestros padres, sin embargo es necesario que aprendamos a perdonar las fallas que ellos cometieron, pues con absoluta seguridad ellos nos dieron lo mejor de sí mismos, y obraron en consecuencia pensando que hacían lo mejor para nosotros. Debemos recordar que muy probablemente ellos también arrastran heridas que los llevaron a actuar como lo hicieron, con  sus aciertos y desaciertos. Lo que no debemos es poner en duda es la rectitud de sus intenciones, aunque estas no siempre hayan resultado ser lo mejor para nosotros.

En nuestro próximo artículo seguiremos ahondando en la sanación de estas heridas, para ayudar a abrir una puerta que pueda llevarnos a vivir de manera más plena y sana.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral

sábado, 20 de agosto de 2011

EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN


A través de la historia Dios ha demostrado que desea la cooperación del hombre para llevar adelante sus planes y designios de salvación.  Así pues podemos ver cómo desde al antiguo testamento llamó a los profetas para que actuaran en su nombre y según su voluntad,  anunciaran a su pueblo la salvación; también para enviar a su Hijo Unigénito pidió el consentimiento y la cooperación de María y José, y luego para llevar adelante su plan de redención llamó a los apóstoles para conformar su Iglesia.

En el Evangelio podemos ver con claridad cómo Jesús confiere el poder a los apóstoles para que en su nombre perdonen los pecados: “A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” Juan 20,22-23.   Ese poder conferido por Jesús a los apóstoles, ha llegado hasta nuestros días a través de sus sucesores. Por lo tanto este sacramento muy lejos de ser una invención humana, es un signo palpable de la infinita misericordia de Dios para con nosotros, pues no quiere la condenación sino la salvación del pecador.

Es frecuente encontrar toda una gama de interpretaciones a este respecto, incluso dentro de nuestra iglesia hay quienes cuestionan la necesidad de este sacramento, y dicen que ellos prefieren “confesarse directamente con Dios”.   Es interesante esta afirmación pues efectivamente es Dios quien perdona los pecados, pero como dice el mismo evangelio “no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1,37), por lo tanto cuestionar que Dios pueda perdonar los pecados a través del sacerdote, es cuestionar no sólo su autoridad sino también su sabiduría infinita.

Es también frecuente escuchar a quienes afirman que ¿por qué ellos tiene que decir sus pecados a un hombre que es tan o más pecador que ellos? Y a primera vista podría pensarse que este sí es un argumento válido, pero lo que realmente subyace bajo esta afirmación es una manera de defenderme desde mi orgullo del reconocimiento expreso de mi debilidad, pecado y  miseria. Una cosa es que seamos capaces de reconocer interiormente que nos hemos equivocado, y otra muy distinta tener que confesarlo a otro hermano que aunque aparentemente es igual que yo, no actúa en nombre propio sino en el nombre de Cristo.

Por lo tanto la confesión constituye un acto de humildad, a través del cual no sólo son perdonados nuestros pecados, sino que es restaurada en nosotros la gracia que por causa del pecado habíamos perdido.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

sábado, 13 de agosto de 2011

LA RECONCILIACION CON DIOS

Tradicionalmente al hablar de reconciliación, lo definimos como un proceso en el cual dos o más personas buscan la manera de superar sus diferencias, con el fin de poder restablecer las relaciones, pero al hablar de la reconciliación con Dios nos encontramos ante una realidad totalmente diferente.

Quien decide alejarse de Dios es el hombre, haciendo uso de su libre albedrío, pero en cambio Dios nunca se aleja de nosotros, pues se mantiene siempre fiel a su promesa “tú serás mi pueblo, y yo seré tu Dios”.   Hace algunos años quedé sorprendido cuando en un retiro espiritual me dijeron que en el proceso de sanación interior, todos necesitamos perdonar a Dios.

Pero ¿qué he de perdonarle a aquel que me ama de manera plena, que me ha creado y que vela continuamente por mí?  Definitivamente la experiencia que podamos tener de Dios cada uno de nosotros es diferente, aunque iguales en su esencia, distintas en sus formas. Así pues en muchos casos tendemos a culpar a Dios de las cosas malas que nos ocurren en la vida, y he visto con mucha tristeza a personas que tienen un profundo resentimiento contra Dios, quedando prácticamente solos ante las turbulencias y vicisitudes de la vida cotidiana.

También es común ver como al reconocernos pecadores, nos sentimos indignos del amor de Dios y por tanto, viviendo en el pecado decidimos alejarnos de Él, llegando incluso a creer que no podrá perdonarnos.

Ante estas dos situaciones es importante saber que nuestras percepciones no son siempre fieles a la realidad, es decir, podemos pensar que las cosas son de una forma sin que éstas sean necesariamente así.  Dios Padre de Misericordia está siempre atento a nuestras necesidades, permanece fiel a su promesa y nunca se aleja de nosotros aunque decidamos darle la espalda.

Lo único que hace falta para comenzar el proceso de reconciliación con Dios, es que abriendo nuestros corazones nos decidamos a ello. El salmista expresa “un corazón contrito y arrepentido, tú no lo desprecias”, y es que cuando tomamos la decisión de reconciliarnos con Dios y salimos a su encuentro para pedir su perdón, nos encontramos con que Él ya ha salido en nuestra búsqueda y está listo y dispuesto a abrazarnos con su misericordia.

La vida cotidiana está cargada de dificultades y sufrimientos, te invito a acoger el llamado de Jesús: “vengan a mí los que estén cansados y agobiados que yo les aliviaré”. Dios quiere nuestra felicidad, abramos el corazón para que con su amor podamos alcanzarla.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

sábado, 6 de agosto de 2011

¿ES POSIBLE LA RECONCILIACIÓN?

Vivimos en medio de una sociedad donde la egolatría y el hedonismo son propuestos como formas ideales de vida, lo que en muchos casos nos lleva a desestimar el valor de la convivencia fraterna a nivel personal, familiar y social.

Pero ¿cómo puede una persona, grupo o sociedad caminar hacia un desarrollo sano y pleno, donde el bienestar común sea su máxima premisa?  Evidentemente la respuesta es muy compleja, pues los factores a considerar son muchos pero lo que no puede negarse es que cualquier solución debe pasar por el proceso de la vivencia de la reconciliación en sus distintas dimensiones.

Ninguna persona es capaz de desarrollar sus máximas potencialidades mientras viva en conflicto consigo misma, de igual manera ningún grupo o sociedad puede alcanzar la armonía necesaria para su desarrollo si no son capaces de reconciliarse y aunar conocimientos y esfuerzos que redunden en el beneficio de todos.

Por lo tanto es necesario en primer lugar, hacer un reconocimiento de nuestras virtudes y defectos, de tal forma que estando conscientes de nuestra realidad podamos sentar las bases para buscar una solución que supere el egoísmo y nos haga capaces de aceptar al prójimo como semejante respetando nuestras diferencias. Esto nos ayudará a comprender las situaciones y causas que nos han llevado a vivir un conflicto, de lo contrario es muy probable que optemos por culpar al otro de manera unilateral.

Evidentemente los conflictos sólo podrán ser resueltos si existe la voluntad para hacerlo, así pues es importante ser autocríticos para reconocer con honestidad si en la situación que llevó a la fractura de la relación,  hay elementos que fueron aportados por mi manera de proceder. Se trata de reconocerme a mí mismo, y reconocer al otro, haciendo un particular esfuerzo por superar la emocionalidad, para dar paso a un proceso de sanación de las heridas y superación de odios y rencores. Es innegable que sólo puede darse la reconciliación verdadera si somos capaces de perdonar.

Como escribí en el artículo anterior, esto no significa que debamos exponernos de nuevo a situaciones potencialmente peligrosas. La reconciliación ha de llevarnos a vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestros hermanos, deponiendo los intereses personalistas y en muchos casos renunciando a un bien para alcanzar otro mayor.

 Es necesario reconciliarnos entre hermanos y reconciliarnos con Dios, tender puentes en vez de levantar muros que nos separen, para poder alcanzar el bien común que derivará en el bienestar de todos.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!

@enticonfio2012