Muchos de
nosotros cuando vemos a un bebe solemos decir casi de forma inmediata: “es
igualito a su padre, o a su madre” o “se parece a…” y buscamos la manera de
asociar su fisionomía a algún familiar o conocido. Luego a medida que los niños
van creciendo, en algunas situaciones somos capaces de intuir si son de alguna
familia por el parecido físico o su manera de actuar. También nosotros como hijos de Dios, estamos
llamados a ser imagen de nuestro Padre del cielo, del cual Jesús es la más
perfecta expresión.
En más de una
ocasión he escuchado con cierta preocupación que algunos hermanos nuestros se
quejan de quienes somos identificados como miembros activos de la Iglesia,
diciendo de manera peyorativa “menos mal
que están en la iglesia”. Evidentemente
esta expresión no es siempre reflejo de justicia, sino de cierta ignorancia y
hasta egoísmo, por no estar en capacidad para comprender que aunque estemos
caminando hacia nuestra conversión, aún a pesar de nuestros esfuerzos, nos
falta mucho aún por caminar. Pero en
otras ocasiones esa expresión es la queja válida sobre nuestra manera de actuar
no sólo en el ámbito eclesial, sino en nuestra cotidianidad.
Hemos sido
creados a imagen y semejanza de Dios, pero sin embargo en muchos de nosotros
esa imagen se ha deteriorado por causa del pecado. Hay muchos hermanos nuestros que parecieran
haber perdido hasta su dignidad humana, y ante esto es importantísimo que
tengamos presente que esa dignidad no nos la otorga nuestra condición social o económica, nos la
otorga el hecho de ser hijos de Dios.
Quienes de
alguna manera sintamos que la imagen de Dios en nosotros necesita ser
restaurada, podemos tener nuestra plena confianza en la Misericordia infinita
de Dios, pues sin importar nuestra condición, Él siempre está dispuesto a
perdonarnos y restaurar con su gracia los daños que el pecado pudo haber hecho
en nosotros.
Como hijos de
Dios nuestra vida debe ser reflejo de nuestro Padre, ello debe ser una
consecuencia natural de nuestra íntima unión con Él. Si nos sabemos amados por Dios, auxiliados
por su Misericordia en nuestras necesidades y perdonados hasta de nuestros
peores pecados, también nosotros debemos actuar de esa manera con nuestros
hermanos, pues esta vivencia del amor del Padre debe conducirnos a actuar como
Él.
Bien es cierto
que con nuestras limitaciones y fragilidad somos incapaces de ser imagen
perfecta del Padre, pero la oración y la recepción frecuente de los sacramentos
son de gran ayuda para que lo que no logremos por nosotros mismos, pueda
completarlo el Señor en nosotros como lo han hecho todos
los santos que hoy conocemos. Animo pon tu confianza en el Señor y nunca en tus
propias fuerzas.
@enticonfio2012