sábado, 26 de mayo de 2012

IMAGEN DE DIOS...


Muchos de nosotros cuando vemos a un bebe solemos decir casi de forma inmediata: “es igualito a su padre, o a su madre” o “se parece a…” y buscamos la manera de asociar su fisionomía a algún familiar o conocido. Luego a medida que los niños van creciendo, en algunas situaciones somos capaces de intuir si son de alguna familia por el parecido físico o su manera de actuar.  También nosotros como hijos de Dios, estamos llamados a ser imagen de nuestro Padre del cielo, del cual Jesús es la más perfecta expresión. 
En más de una ocasión he escuchado con cierta preocupación que algunos hermanos nuestros se quejan de quienes somos identificados como miembros activos de la Iglesia, diciendo de manera peyorativa  “menos mal que están en la iglesia”.  Evidentemente esta expresión no es siempre reflejo de justicia, sino de cierta ignorancia y hasta egoísmo, por no estar en capacidad para comprender que aunque estemos caminando hacia nuestra conversión, aún a pesar de nuestros esfuerzos, nos falta mucho aún por caminar.   Pero en otras ocasiones esa expresión es la queja válida sobre nuestra manera de actuar no sólo en el ámbito eclesial, sino en nuestra cotidianidad.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero sin embargo en muchos de nosotros esa imagen se ha deteriorado por causa del pecado.  Hay muchos hermanos nuestros que parecieran haber perdido hasta su dignidad humana, y ante esto es importantísimo que tengamos presente que esa dignidad no nos la otorga  nuestra condición social o económica, nos la otorga el hecho de ser hijos de Dios.
Quienes de alguna manera sintamos que la imagen de Dios en nosotros necesita ser restaurada, podemos tener nuestra plena confianza en la Misericordia infinita de Dios, pues sin importar nuestra condición, Él siempre está dispuesto a perdonarnos y restaurar con su gracia los daños que el pecado pudo haber hecho en nosotros.
Como hijos de Dios nuestra vida debe ser reflejo de nuestro Padre, ello debe ser una consecuencia natural de nuestra íntima unión con Él.   Si nos sabemos amados por Dios, auxiliados por su Misericordia en nuestras necesidades y perdonados hasta de nuestros peores pecados, también nosotros debemos actuar de esa manera con nuestros hermanos, pues esta vivencia del amor del Padre debe conducirnos a actuar como Él.
Bien es cierto que con nuestras limitaciones y fragilidad somos incapaces de ser imagen perfecta del Padre, pero la oración y la recepción frecuente de los sacramentos son de gran ayuda para que lo que no logremos por nosotros mismos, pueda completarlo el Señor en nosotros como lo han hecho todos los santos que hoy conocemos. Animo pon tu confianza en el Señor y nunca en tus propias fuerzas.
@enticonfio2012

sábado, 19 de mayo de 2012

MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE DEL CIELO


En el evangelio Jesús nos muestra la condición necesaria para heredar la vida eterna: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mateo 7, 21). Pareciera ser una amenaza, pero en realidad es una invitación a vivir el gozo del cielo desde nuestra vida mortal, pues quien vive unido al Padre, vive de manera anticipada y como por destellos de luz la alegría de estar unido al Padre.
Muchas veces nos preguntamos, cuál  será la voluntad de Dios en nuestras vidas, y Jesús es muy claro al respecto: “que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Juan 6, 40). Creer en Jesús no es simplemente decir que tenemos fé, asistir a misa o hasta rezar todos los días, creer en Él significa también creer en su palabra y en consecuencia actuar en nuestra cotidianidad.
Dicen que las personas que han logrado vivir en ésta íntima unión con Dios, no temen ni a la muerte ni al juicio, pues ya viven la certeza del que ama y confía plenamente en su Padre.  Sin embargo en el evangelio de San Mateo, capítulo 25, Jesús nos ofrece de manera muy clara cuales serán las preguntas que al momento de presentarnos ante Dios nos van a hacer para poder entrar al cielo.
El cristiano tiene el deber de practicar las obras de misericordia, las que lamentablemente son desconocidas por la gran mayoría de nosotros. La Iglesia como madre y maestra nos enseña que existen 14 obras de misericordia, 7 corporales y 7  espirituales.
Las obras corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar albergue al peregrino, visitar al prisionero, visitar al enfermo y enterrar a los muertos; y las obras espirituales son: corregir al que se equivoca, instruir al ignorante, consolar al afligido, soportar con paciencia los errores de los demás, perdonar toda injuria, orar por los vivos y por los muertos y dar consejo al que lo necesita.
Jesús dijo a Santa Faustina: “exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mi. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo, ni excusarte, ni justificarte”.
En la próximas semanas estaremos profundizando en lo que debe ser nuestra vivencia como cristianos y la edificación del Reino de Dios en medio del mundo.

sábado, 12 de mayo de 2012

La Misericordia, esperanza del mundo


Cuando damos un vistazo a las realidades sociales  de nuestro entorno, muchos solemos poner el acento en las cosas negativas que afligen nuestra  cotidianidad, e incluso envueltos en un manto de pesimismo nos quejamos sin dejar lugar a la esperanza o peor aún, nos cruzamos de brazos ante el sentimiento de impotencia para cambiar esas realidades.

Por otro lado, la realidad personal de cada uno de nosotros suele ser espinosa, llevándonos en muchos casos a sumirnos en nuestro propio conflicto y cerrar los ojos ante las distintas situaciones que pueden afectar a nuestro prójimo.

Pareciera que no hay forma de encontrar la paz tan deseada por todos, pero que sin embargo no nos esforzamos por construir. El Beato Juan Pablo II durante una visita al Santuario de la Divina Misericordia en Polonia, durante su homilía nos ofreció una luz maravillosa “en la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre la felicidad”.

La Divina Misericordia no se restringe a una devoción puntual, es mucho más que eso, es el mayor atributo de Dios, por medio del cual nos manifiesta su amor, que es incondicional, gratuito y fiel. Aunque parezca que la vivencia de la misericordia de Dios es algo netamente personal, esta tiene una dimensión comunional que redunda o debe redundar en el beneficio de toda la sociedad.
Los laicos somos todos los bautizados que no hemos sido ordenados como ministros  , y es precisamente a nosotros a quienes se nos ha encomendado la tarea de construir un mundo mejor según el plan de Dios.  En el Concilio Vaticano II podemos leer: “En este mundo, corresponde a los laicos iluminar y ordenar las cosas temporales de modo peculiar, para que todo se realice y crezca para la gloria del Creador y Redentor” (Lumen Gentium 180).

¿Y cómo podemos desde nuestra pequeñez hacer algo para cambiar las realidades que nos afligen de manera personal y colectiva? No es una tarea fácil, pero debe comenzar por el cambio interior de cada uno de nosotros, producto de un verdadero y honesto encuentro con Cristo, quien en su Misericordia puede transformarnos y en consecuencia darnos la gracia para que con nuestro esfuerzo seamos mejores personas.

Si cada uno de los que hemos tenido la gracia de vivir el amor misericordioso de Dios, actuamos en consecuencia de manera misericordiosa con nuestros hermanos, desaparecerían muchos de los males que nos afligen personal y socialmente. Basta que cumplamos nuestros deberes cotidianos en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en nuestros círculos de amigos y en cada momento, para contribuir a ordenar el mundo según la voluntad de Dios y construir su reino entre nosotros.

¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012