sábado, 31 de marzo de 2012

¿SOY DEVOTO DE LA MISERICORDIA?


Llenos de alegría por la extraordinaria vivencia que ha significado el año de la Misericordia a lo largo de nuestra Arquidiócesis, es bueno y oportuno hacer una pequeña síntesis de lo grandioso e insondable del amor misericordioso que Dios nos ha demostrado.
Hemos meditado a lo largo de este año cómo Dios nos ama y acepta, aún a pesar de nuestras debilidades y miserias, comprendiéndonos y ofreciéndonos su gracia para ayudarnos a salir del foso del pecado y a llevar vidas nuevas, unidos a Él que es nuestra verdadera felicidad.
Nuestra vivencia de la Misericordia Divina debe producir dos frutos muy específicos, y es que una vez que hemos recibido la Misericordia de Dios, debemos  confiar plenamente en Él y  ser misericordiosos.   Jesús en el sermón de la montaña nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). Y es que aunque no tenemos la capacidad de amar que tiene Dios, como hijos suyos deberíamos ser también imagen del amor, pues estamos hechos a su imagen y semejanza.
Jesús dijo a Santa Faustina: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte” (Diario 742).  Evidentemente si no somos capaces de ser misericordiosos, algo esencial falta a nuestra devoción por Jesús de la Misericordia.
Más aún, siendo nosotros débiles y pecadores, no estamos en posición de juzgar ni condenar a nadie, por el contrario, es necesario que hagamos un esfuerzo por tratar de comprender la debilidad y miseria que compartimos con nuestros hermanos, y ser para ellos luz en el camino, apoyo en situaciones difíciles y mano siempre abierta para el caído.
El apóstol Pablo nos describe con suma claridad lo que debe ser nuestro actuar como cristianos: “Revístanse,  pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros, y perdonándose mutuamente, si alguno se queja contra otro. Como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes. Y por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el broche de la perfección” Colosenses 3, 12-14.
Así pues queridos hermanos, les invito a ser apóstoles de la Misericordia que con la predicación y el ejemplo, demostremos como en pequeños chispazos de luz lo grandioso e infinito del amor misericordioso de nuestro Padre por todos sus hijos. Quizás algunos se dirán que esto no es para ellos, sin embargo es en realidad un llamado para todo bautizado, y más aún para quienes hemos tenido la dicha, sin merecerlo, de experimentar la Misericordia de Dios en nuestras vidas.
¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad!   @enticonfio2012

sábado, 24 de marzo de 2012

CUANDO EL DOLOR TOCA A LA PUERTA


Todos en algún momento hemos atravesado situaciones particularmente difíciles, que nos provocan un inmenso dolor y que en muchas ocasiones pueden llevarnos a experimentar estados depresivos.
Pareciera que el sufrimiento es una constante en la vida de la mayoría de nosotros, y es que ¿quién puede decir que nunca ha sufrido? Todos atravesamos momentos de dolor como la pérdida de un ser querido, la separación de quienes amamos, la traición de aquellos en los que hemos confiado, el daño provocado por terceros, o lo que es más doloroso aún el no aceptarnos y amarnos como somos. En algunos casos hay quienes además de cargar con el rechazo de quienes ama o de la sociedad, cargan con el inmenso peso de despreciarse de sí mismos.
Es por eso que al poner la atención en el mensaje de Jesús de la Misericordia, no me deja de sorprender de forma especial cuando dice a Santa Faustina: “Di a la humanidad doliente que  no quiero castigarla, sino que deseo sanarla y abrazarla a mi Corazón Misericordioso” (Diario 1588).
Del sufrimiento podemos obtener grandes enseñanzas que nos ayudan a crecer y ser mejores personas, o podemos sumirnos en el rencor, el resentimiento y un sinnúmero de sentimientos negativos que  nos llevarán a seguir sufriendo.  El sufrimiento del cristiano no es en vano, al igual que San Pablo podemos decir: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col. 1,24).
Cierto es que a veces el dolor puede llegar a ser tan intenso y profundo que sentimos que nos somos capaces de superarlo, y efectivamente en mas de una ocasión necesitaremos del apoyo de quienes nos aman, y hasta la ayuda de profesionales de la psicología o psiquiatría, pero lo mas importante es saber que en nuestro dolor, nunca estamos solos.
Dios siempre está a nuestro lado, a veces en silencio, otras veces hablando con claridad, pero en todo momento unido a nosotros, pues nunca estamos mas unidos a Jesús, que cuando estamos también crucificados con él.
Si Jesús desea sanar nuestras heridas, esas mismas producidas por el pecado, así pues abramos nuestros corazones y experimentemos el alivio que genera el bálsamo de su misericordia en nuestras vidas, y aprendamos a ser misericordioso con todos los que sufren, como él lo es con nosotros.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012

viernes, 2 de marzo de 2012

Misericordia quiero, y no sacrificio


Hemos iniciado la cuaresma, un tiempo especial en el que la Iglesia nos invita a disponer nuestros corazones de manera particular a la conversión a través de la oración, la penitencia y el sacrificio.  En esta propuesta también se nos invita a vivir la limosna y la caridad como frutos de la vivencia intima y auténtica de acercamiento al Señor y compromiso de cambio de vida.
Sin embargo es bueno poner nuestro acento en el deseo de Jesús, cuando a través del evangelista San Mateo nos dice: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt.9,13), pues sin quererlo podríamos caer en la tentación de buscar cumplir con algunos actos o ritos externos que siendo muy buenos y saludables para nuestra fe, nos hagan pensar que con ello estamos siendo buenos cristianos.
Efectivamente nuestra vida interior necesita ser cultivada, y para ello contamos con la oración personal, las sagradas escrituras, los sacramentos, las lecturas espirituales, retiros y un sinnúmero de subsidios que nos ofrece nuestra iglesia para que podamos crecer interiormente. Pero el cumplir con todo eso no es garantía de que estemos haciendo las cosas bien, pues si nuestra vida interior no produce frutos buenos, es necesario que revisemos qué es lo que realmente estamos haciendo.
El verdadero encuentro con Jesús es capaz de transformar nuestra mayor oscuridad, en la más radiante claridad. Y es que el hecho de estar en su presencia tiene un efecto transformador y regenerador, por lo que de dicho encuentro se produce una consecuencia inevitable, que es el deseo de ser mejores y actuar coherentemente.
Si nuestra vida cristiana no nos lleva a ser más compasivos y misericordiosos, es necesario que roguemos al Señor con mayor insistencia que cambie nuestros corazones de piedra, en corazones de carne.  Muchas veces las distintas experiencias de vida, nos endurecen el corazón, limitando nuestra capacidad de amar, de ser felices y llevar la luz de Dios a nuestro interior y a  nuestros hermanos. Es aquí cuando es necesario que hagamos conciencia de la necesidad que tenemos de sanar nuestras heridas, para lo que es necesario que seamos muy sinceros con nosotros mismos y que tengamos la suficiente humildad para reconocer que necesitamos de Dios y hasta de nuestros hermanos para lograr ser mejores personas.
Cultivar la vida interior es muy necesario, pero sin perder de vista que nuestra actuación debe ser cónsona con lo que Dios quiere de nosotros, que seamos compasivos y misericordiosos pues de esa manera estaremos comportándonos como verdaderos hijos de Dios.
¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!