Llenos de alegría por la extraordinaria vivencia que ha significado el año de la Misericordia a lo largo de nuestra Arquidiócesis, es bueno y oportuno hacer una pequeña síntesis de lo grandioso e insondable del amor misericordioso que Dios nos ha demostrado.
Hemos meditado a lo largo de este año cómo Dios nos ama y acepta, aún a pesar de nuestras debilidades y miserias, comprendiéndonos y ofreciéndonos su gracia para ayudarnos a salir del foso del pecado y a llevar vidas nuevas, unidos a Él que es nuestra verdadera felicidad.
Nuestra vivencia de la Misericordia Divina debe producir dos frutos muy específicos, y es que una vez que hemos recibido la Misericordia de Dios, debemos confiar plenamente en Él y ser misericordiosos. Jesús en el sermón de la montaña nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). Y es que aunque no tenemos la capacidad de amar que tiene Dios, como hijos suyos deberíamos ser también imagen del amor, pues estamos hechos a su imagen y semejanza.
Jesús dijo a Santa Faustina: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte” (Diario 742). Evidentemente si no somos capaces de ser misericordiosos, algo esencial falta a nuestra devoción por Jesús de la Misericordia.
Más aún, siendo nosotros débiles y pecadores, no estamos en posición de juzgar ni condenar a nadie, por el contrario, es necesario que hagamos un esfuerzo por tratar de comprender la debilidad y miseria que compartimos con nuestros hermanos, y ser para ellos luz en el camino, apoyo en situaciones difíciles y mano siempre abierta para el caído.
El apóstol Pablo nos describe con suma claridad lo que debe ser nuestro actuar como cristianos: “Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros, y perdonándose mutuamente, si alguno se queja contra otro. Como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes. Y por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el broche de la perfección” Colosenses 3, 12-14.
Así pues queridos hermanos, les invito a ser apóstoles de la Misericordia que con la predicación y el ejemplo, demostremos como en pequeños chispazos de luz lo grandioso e infinito del amor misericordioso de nuestro Padre por todos sus hijos. Quizás algunos se dirán que esto no es para ellos, sin embargo es en realidad un llamado para todo bautizado, y más aún para quienes hemos tenido la dicha, sin merecerlo, de experimentar la Misericordia de Dios en nuestras vidas.
¡Vive su Misericordia, construyamos fraternidad! @enticonfio2012