Los seres humanos solemos poner nuestro empeño y esfuerzo
para alcanzar metas, que aunque parecieran muy difíciles de lograr creemos que
son posibles de realizar. Por lo general
hacemos cálculos que nos permiten estimar con qué recursos contamos para llegar
a ellas.
Sin embargo existen momentos de la vida en los que después
de haber hecho todo lo posible, nuestras metas resultan inalcanzables, y ante
este aparente fracaso podemos decidir olvidarnos de ello y aprovechar las
experiencias que nos brindaron aprendizaje, o dejar de poner nuestra confianza
en nuestras fuerzas para ponerla en el Señor.
En varias ocasiones Jesús se dijo a Santa Faustina que una
de las cosas que más le hicieron sufrir durante su pasión, fue la falta de
confianza de quienes decían amarle.
La confianza es una actitud que debe cultivarse, pues ésta
implica siempre un riesgo, no es algo que se alcance de la noche a la mañana,
sino con el ejercicio continuo. Confiar
hoy en día no es asunto sencillo, pues en nuestra vida cotidiana es muy
frecuente ver cómo en muchos casos los intereses propios, económicos, de placer
o beneficio personal, suelen estar por encima de los cánones de la ética y del
bien común.
Así pues, es medio de una sociedad donde la viveza criolla y
el oportunismo pueden jugarnos muy malas pasadas, el hecho de confiar
constituye un acto de fe. Cierto es que no en cualquiera se puede confiar, pero
lo que sí es contundente es que en Dios podemos poner nuestra confianza, sin
temor a ser defraudados.
Como seres sociales necesitamos estructuras de apoyo que nos
ayuden a desarrollar nuestra vida, y en medio de esas estructuras tenemos en un
primer plano a nuestra familia, y en muchos casos a hermanos que Dios nos regala
que llegan a ser verdaderos amigos. Bien
lo dice Jesús en el evangelio “quien encuentra un amigo, ha encontrado un
tesoro”.
La confianza es un gran tesoro que surge de la autenticidad
de una relación fundamentada en el amor, por eso ante nuestras limitaciones,
temores y desafíos, es bueno y sano que pongamos nuestra confianza en Dios. Él
no nos abandonará a nuestras fuerzas, pues sabe y conoce nuestra debilidad,
sino que siempre nos llevará por el camino de nuestro bien mayor. Si hacemos
grandes esfuerzos apoyados en su Amor, Él siempre completará con su gracia lo
que falte a nuestras fuerzas. Por eso te invito a creer, esperar y confiar sin
límites en el amor misericordioso de Dios.