sábado, 28 de julio de 2012

Pon tu confianza en el Señor


Los seres humanos solemos poner nuestro empeño y esfuerzo para alcanzar metas, que aunque parecieran muy difíciles de lograr creemos que son posibles de realizar.  Por lo general hacemos cálculos que nos permiten estimar con qué recursos contamos para llegar a ellas.

Sin embargo existen momentos de la vida en los que después de haber hecho todo lo posible, nuestras metas resultan inalcanzables, y ante este aparente fracaso podemos decidir olvidarnos de ello y aprovechar las experiencias que nos brindaron aprendizaje, o dejar de poner nuestra confianza en nuestras fuerzas para ponerla en el Señor.

En varias ocasiones Jesús se dijo a Santa Faustina que una de las cosas que más le hicieron sufrir durante su pasión, fue la falta de confianza de quienes decían amarle. 

La confianza es una actitud que debe cultivarse, pues ésta implica siempre un riesgo, no es algo que se alcance de la noche a la mañana, sino con el ejercicio continuo.  Confiar hoy en día no es asunto sencillo, pues en nuestra vida cotidiana es muy frecuente ver cómo en muchos casos los intereses propios, económicos, de placer o beneficio personal, suelen estar por encima de los cánones de la ética y del bien común.

Así pues, es medio de una sociedad donde la viveza criolla y el oportunismo pueden jugarnos muy malas pasadas, el hecho de confiar constituye un acto de fe. Cierto es que no en cualquiera se puede confiar, pero lo que sí es contundente es que en Dios podemos poner nuestra confianza, sin temor a ser defraudados.

Como seres sociales necesitamos estructuras de apoyo que nos ayuden a desarrollar nuestra vida, y en medio de esas estructuras tenemos en un primer plano a nuestra familia, y en muchos casos a hermanos que Dios nos regala que llegan a ser verdaderos amigos.  Bien lo dice Jesús en el evangelio “quien encuentra un amigo, ha encontrado un tesoro”.

La confianza es un gran tesoro que surge de la autenticidad de una relación fundamentada en el amor, por eso ante nuestras limitaciones, temores y desafíos, es bueno y sano que pongamos nuestra confianza en Dios. Él no nos abandonará a nuestras fuerzas, pues sabe y conoce nuestra debilidad, sino que siempre nos llevará por el camino de nuestro bien mayor. Si hacemos grandes esfuerzos apoyados en su Amor, Él siempre completará con su gracia lo que falte a nuestras fuerzas. Por eso te invito a creer, esperar y confiar sin límites en el amor misericordioso de Dios.

miércoles, 4 de julio de 2012

QUIEN NO AMA A SU HERMANO...


En múltiples ocasiones he escuchado decir que los extremos nunca son buenos, sin embargo es muy frecuente escuchar que a las personas se nos cataloga como buenas o malas, y esta concepción podría distar en mucho de la realidad.

Nuestra manera de percibir al prójimo depende mucho de la óptica personal, nuestras experiencias de vida nos llevan a ver y juzgar a las personas y las situaciones con mucha subjetividad y poca objetividad.  Si partimos del hecho de que todos somos hijos de Dios, sin distinción de ningún tipo, hemos de concluir que inevitablemente somos hermanos.  No sólo hermanos de aquellos que nos agradan, sino también de aquellos que por su conducta y manera de actuar nos pueden crear repulsión o desprecio.

Si realmente creemos que Dios es nuestro Padre, es necesario que aprendamos a ver al prójimo con ojos de misericordia, el Beato Juan Pablo II dijo en una ocasión: “Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad”.  

Es cierto que cada uno de nosotros tenemos la libertad para decidir qué hacer con nuestras vidas, pero el hecho de que tomemos caminos o decisiones erradas no suprime nuestra condición de hijos de Dios, por lo tanto mucho menos puede hacer desaparecer nuestra condición de hermanos. En una ocasión mi madre me dijo “no estoy de acuerdo con la decisión que estás tomando, pero por tomar decisiones no dejas de ser mi hijo”.

Es muy necesario que detrás de la imagen de maldad que podamos ver en algunos hermanos nuestros, aprendamos a ver más allá de lo evidente y dirijamos nuestra atención a lo esencial. Todos de alguna manera somos fruto de lo que hemos vivido, hay quienes hemos sido bendecidos, a pesar de llevar grandes cruces, pues Dios nos ha mostrado la manera de llevarlas con amor y paciencia; otros en cambio expresan su profundo sufrimiento e inmensa soledad buscando llenar sus vidas de sentido en las cosas externas, sin darse cuenta de que en ellos nunca hallarán la felicidad.

Queridos hermanos, hace falta que aprendamos a vernos con misericordia, igual que Dios nuestro Padre nos ve a nosotros.  Esta no es una tarea fácil, pero con la gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes podremos poco a poco llegar al ideal cristiano del amor. Quiero terminar esta reflexión citando la 1ra Carta de San Juan, pues me parece que expresa con claridad el modelo que Cristo nos legó: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20). 

Una vez más, no pongamos nuestra esperanza en nuestras fuerzas, sino en la Misericordia de Dios quien todo lo puede. Ten fe, ora y no te preocupes.