domingo, 11 de septiembre de 2011

“HAGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”

Al meditar sobre la Misericordia de Dios, no podemos pasar por alto la grandeza de su amor demostrado a la humanidad en la figura de la Virgen María. Ella misma exclama en el magníficat “…  su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen…” (Lucas 1, 50). Y es que el sólo hecho de haber sido elegida para ser la Madre del Redentor nos hace entender que la Gracia y la Misericordia no tuvieron límites en su persona.

María descubrió en lo profundo de su intimidad con Dios que el camino de la felicidad se encuentra en la perfecta sumisión de la voluntad humana a la de Dios, aunque ésta pueda resultar en muchos momentos difícil y llevarnos a atravesar grandes pruebas. De esa perfecta unión de su ser con Dios hemos sido todos beneficiados, pues Ella es la puerta por la que volvió la Gracia al mundo.

María animaba a la primera comunidad cristiana “perseverando en la oración” (Hechos 1,14) cumpliendo con la misión encomendada por Jesús al pie de la Cruz, a través de la cual le fuimos confiados como a hijos.  Podemos aseverar sin temor a equivocarnos que el rol materno de María es palpable a través de la historia de las naciones y pueblos, pues en todos ellos encontramos a una iglesia que peregrina hacia la patria celestial de la mano de tan Buena Madre.

Nuestra patria ha sido especialmente bendecida por la Misericordia de Dios, cuando en el año 1652  envió a la Santísima Virgen a los indios Coromoto para anunciarles la buena nueva de la salvación.  En esta portentosa manifestación del amor de Dios, ella no sólo acompañó con paciencia y bondad al Cacique, sino que quiso quedarse con nosotros a través del testimonio físico de su presencia maternal para el pueblo Venezolano, pues en manos del Cacique, la noche del 8 de septiembre de ese mismo año, nos dejó lo que hoy conocemos como la Reliquia de la Virgen de Coromoto, hecho sólo comparable con el de la Virgen de Guadalupe.

En la pequeñez y sencillez de esa delicada imagen, María nos muestra la grandeza de su amor, pues en estudios recientes se ha determinado que existen elementos en ella que no pudieron ni pueden ser hechos por la mano del hombre, como la perfección de sus ojos que miden 2 micras de alto por 6 micras de ancho y se encuentran perfectamente dibujados, conteniendo en ellos todos los elementos de un ojo humano.  Agradezcamos a Dios por su inmensa Misericordia y roguemos por la intercesión de nuestra Madre, que aprendamos a ser generosos como ella, dispuestos a aceptar la voluntad de Dios,  para que en nuestra vida podamos también proclamar que “el Poderoso ha hecho obras grandes en mi” Lucas 1, 49.

“Virgen Santa de Coromoto patrona de Venezuela, renueva la fe en toda la extensión de nuestra patria”.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral

domingo, 4 de septiembre de 2011

SANANDO LAS HERIDAS...

En el proceso de sanación de las heridas interiores, además de buscar sanar las producidas por la relación con nuestros padres, es necesario también sanar nuestra relación con Dios y con nosotros mismos.

Frecuentemente culpamos a Dios de las cosas malas que nos ocurren, lo que en ocasiones podría ser una evasión de nuestras responsabilidades ante acciones o decisiones tomadas, o transferencia hacia Él de las malas experiencias que hayamos tenido al relacionarnos con personas que asociamos con Dios. También es frecuente culparlo de las acciones u omisiones de otros, de situaciones que forman parte del ciclo normal de vida o por no habernos concedido algo que le hayamos pedido.  Todas estas situaciones van creando en nuestro interior un profundo y peligroso resentimiento contra Dios.

Quizás sería conveniente acotar que todas estas heridas surgen por no haber tenido la oportunidad de experimentar de manera auténtica el amor de Dios, y aunque parezca contradictorio Él comprende nuestra realidad interior mucho mejor que nosotros mismos.  Por lo tanto es muy conveniente para nuestra salud interior disponernos con toda honestidad a examinar si Dios es realmente culpable de aquello que le endilgamos y con toda seguridad nos daremos cuenta de que no es así.  Si en alguna ocasión nos damos cuenta de que su voluntad no es igual a la nuestra, debemos abrir nuestros corazones para comprender que Él siempre nos concederá lo que es mejor para nosotros aunque en el momento no lo comprendamos, y con esta disposición decidir renovar nuestra relación con Dios.

Y finalmente es necesario aprender a perdonarnos a nosotros mismos, pues hay muchas personas que viven atormentadas por errores que cometieron, estancando sus vidas en un pasado que no tiene futuro.  No quiere decir que tengamos que tomar los errores a la ligera, sino mas bien arrepentirnos de ellos y tomándolos como experiencias, aprovecharlos para nuestro crecimiento intelectual y espiritual,  lo que nos debe ayudar a ser mas compasivos y comprensivos con nuestros hermanos que al igual que nosotros cometieron algún error.

Para la sanación de todas estas heridas contamos con la Gracia de Dios, que nos es dada a través de los sacramentos, especialmente de la confesión, la comunión y la unción de los enfermos, también con la oración y meditación personal; pero en algunos casos debido a la complejidad y profundidad de las heridas, también es necesario acudir a la ayuda profesional, que nos puede ser ofrecida por psicólogos y psiquiatras.

Los recursos para alcanzar la curación de estas heridas están a nuestro alcance, sólo es necesario que tomemos la decisión y nos comprometamos en un proceso que es lento, progresivo y permanente, pero que al final nos llevará a ser mejores personas.

¡Vive Su Misericordia, construyamos fraternidad!
@enticonfio2012
EQUIPO ARQUIDIOCESANO DE ANIMACIÓN PASTORAL