La sensación de soledad es una de las heridas interiores más profundas y dolorosas que experimentamos en nuestra vida. El deseo y la necesidad que tenemos de sentirnos aceptados y amados, nos llevan a una continua búsqueda de personas, grupos o cosas que nos ayuden a llenar este gran vacío. Esta herida se hace aún más dolorosa cuando nos sentimos rechazados por todos, incluso por Dios a causa de nuestro pecado.
Ante esta realidad, Jesús nos hace llegar un mensaje de esperanza y consuelo, el de su Divina Misericordia que va dirigido a todos por igual, pero muy especialmente a los que por su estilo de vida o proceder se alejan voluntariamente de Dios. En los evangelios Jesús nos repite continuamente que no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos (Juan 12, 47), esto lo podemos ver en distintos pasajes bíblicos, pero más aún, tenemos la oportunidad de experimentarlo en nuestras vidas.
Es imprescindible que abramos un espacio interior que nos permita encontrarnos con nosotros mismos, y evaluar si todo lo que hemos hecho para llenar ese vacío ha servido o no, si nuestras decisiones nos han llevado a disfrutar momentos que luego se desvanecen y no permanecen en el tiempo, dejándonos el mismo vacío o aún peor, deteriorando cada vez mas nuestra dignidad de hijos de Dios.
En muchos de los casos descubriremos con profunda tristeza que nada ni nadie es capaz de llenar nuestras expectativas y carencias. Solo Dios en su infinito amor es capaz de satisfacer y colmar todas las necesidades más profundas de nuestro ser, lejos de Él es imposible alcanzar la verdadera felicidad.
Entonces ¿qué debemos hacer para experimentar ese amor bondadoso y compasivo de Dios, que es el único capaz de sanar la profunda herida de la soledad? La respuesta es muy sencilla, levantarnos del lodo de nuestro pecado y confiar en que nuestro Padre nos está esperando para brindarnos su amor y perdón, y ponernos en camino para llegar a su encuentro. Es importante señalar que aún estando alejados de Dios, su amor por nosotros permanece intacto, pues nos ama de manera incondicional.
Jesús dijo a Santa Faustina: “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi Misericordia”, así pues, no nos dejemos abatir por lo que hemos hecho o dejado de hacer en nuestras vidas, miremos con esperanza hacia el corazón compasivo de Jesús que nos espera para sanarnos y hacernos vivir la grandeza de su amor.