sábado, 28 de mayo de 2011

Me levantaré e iré a mi Padre...

La sensación de soledad es una de las heridas interiores más profundas y dolorosas que experimentamos en nuestra vida.  El deseo y la necesidad que tenemos de sentirnos aceptados y amados, nos llevan a una continua búsqueda de personas, grupos o cosas que nos ayuden a llenar este gran vacío. Esta herida se hace aún más dolorosa cuando nos sentimos rechazados por todos, incluso por Dios a causa de nuestro pecado.

Ante esta realidad, Jesús nos hace llegar un mensaje de esperanza y consuelo, el de su Divina Misericordia que va dirigido a todos por igual, pero muy especialmente a los que por su estilo de vida o proceder se alejan voluntariamente de Dios.  En los evangelios Jesús nos repite continuamente que no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos (Juan 12, 47), esto lo podemos ver en distintos pasajes bíblicos, pero más aún, tenemos la oportunidad de experimentarlo en nuestras vidas.

Es imprescindible que abramos un espacio interior que nos permita encontrarnos con nosotros mismos, y evaluar si todo lo que hemos hecho para llenar ese vacío ha servido o no, si nuestras decisiones nos han llevado a disfrutar momentos que luego se desvanecen y no permanecen en el tiempo, dejándonos el mismo vacío o aún peor, deteriorando cada vez mas nuestra dignidad de hijos de Dios.

En muchos de los casos descubriremos con profunda tristeza que nada ni nadie es capaz de llenar nuestras expectativas y carencias.  Solo Dios en su infinito amor es capaz de satisfacer y colmar todas las necesidades más profundas de nuestro ser, lejos de Él es imposible alcanzar la verdadera felicidad.

Entonces ¿qué debemos hacer para experimentar ese amor bondadoso y compasivo de Dios, que es el único capaz de sanar la profunda herida de la soledad?  La respuesta es muy sencilla, levantarnos del lodo de nuestro pecado y confiar en que nuestro Padre nos está esperando para brindarnos su amor y perdón, y ponernos en camino para llegar a su encuentro.  Es importante señalar que aún estando alejados de Dios, su amor por nosotros permanece intacto, pues nos ama de manera incondicional.

Jesús dijo a Santa Faustina: “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi Misericordia”, así pues, no nos dejemos abatir por lo que hemos hecho o dejado de hacer en nuestras vidas, miremos con esperanza hacia el corazón compasivo de Jesús que nos espera para sanarnos y hacernos vivir la grandeza de su amor.

viernes, 27 de mayo de 2011

¿Será Dios capaz de amarme?

A pocos días de haber celebrado la gran Fiesta de la Divina Misericordia, e iniciado el Año de la Misericordia, nuestros corazones aún rebozan de alegría por la íntima vivencia del Amor Misericordioso de Dios. Pero ¿qué es la Misericordia Divina?; según Santa Faustina, es el mayor atributo de Dios, por medio del cual manifiesta su ternura e inmensa compasión hacia nosotros.
            Dios que ve  nuestros corazones y comprende nuestra fragilidad, una vez caídos por el pecado, en vez de condenarnos, se inclina hacia nosotros para hacernos sentir su amor, levantarnos, sanarnos y estrecharnos a su Corazón lleno de bondad.
            Lamentablemente debido a las estructuras sociales y psicológicas, solemos creer que Dios nos amará sólo si somos buenos y cumplimos con sus mandatos, sin darnos cuenta de que de esa forma estamos limitando su amor y llevándolo a una dimensión simplemente humana.
            El apóstol Pablo en su carta a los Efesios nos ilustra sobre la grandeza del amor de Dios diciéndonos: “Pero Dios rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestro delitos, nos dio vida por Cristo” Ef. 2,4-5. Queda claro que Él nos amó primero, no por nuestros méritos, sino por su infinita misericordia. 
            Los padres no aman a sus hijos porque sean buenos o porque estos hagan algo para merecerlo,  pues sólo el hecho de ser hijo les da la condición necesaria para ser amados.  Si nosotros que somos débiles y egoístas somos capaces de amar de esta forma, cuanto más aún nuestro Padre del Cielo, nos ama de manera incondicional y plena, a pesar de nuestros pecados y faltas, pues nadie mejor que Él conoce nuestra interioridad, nuestras obscuridades y virtudes, debilidades y fortalezas.  Merece la pena recordar las palabras que con infinita dulzura nos dirige el Señor a través de Isaías: “aunque una madre se olvide de su criatura, yo nunca te olvidaré” Is. 49, 16.
            El Beato Juan Pablo II comienza su Encíclica “Dives in Misericordia”, con estas palabras: “Dios rico en misericordia, es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer”. Que este año que acabamos de iniciar y que culminará el 15 de abril del 2012, sea para todos una oportunidad para encontrarnos con ese Amor Misericordioso de Dios en quien todos sus hijos tenemos nueva vida.